Isabel Díaz Ayuso
Ayuso decana
No es de recibo que, con todo mi respeto a la libertad de expresión, se vapulee a Ayuso por ser el envés de la oficialidad que en teoría es contra la que deberían embarricarse los estudiantes
La muchahada nui venía ayer todavía con la resaca del fin de semana aunque con el semblante ardiente como si hubiera parado la guerra de Ucrania. Es lo que tiene la edad temprana, que se puede ser un héroe y un villano al tiempo sin que le pese la sangre espesa. Ni siquiera eso explica lo de la presidenta de Madrid en la universidad, ese nido ideológico donde en lugar de cruzarse la sabiduría con la inteligencia hacen guantes la ignorancia y la estupidez. Vamos, chicos, si a poco que os dejen sois capaces de escribir Ayuso con ll y con h, y aún así parece que sepan toda la estantería de Teoría Política. La universidad es en estos momentos el peor conductor de las ideas sensatas. Se extienden episodios «woke» y se escupe a todo aquel que no cargue a la izquierda de la izquierda, ese espacio, que diría en modo cursi Yolanda Díaz.
Hay dos lugares en los que un líder del PP es recibido con el azufre de todos los demonios. Uno es la gala de los Goya, donde este año no se hablará del paro ni de la malversación pero puede que se bromee con el aborto, y, otro, la universidad, convertida en multiverso del odio y el resentimiento a todo el que no aplauda con las manos en posición de rezar a los dioses del rojerío párvulo. No es de recibo que, con todo mi respeto a la libertad de expresión, se vapulee a Ayuso por ser el envés de la oficialidad que en teoría es contra la que deberían embarricarse los estudiantes, pues es el poder, el poder grande, enemigo del joven iluso. Sí, vale, estuvo bien Antonio de la Torre, el actor al que las redes contraponían a Ayuso, hablando de la educación pública, pero a ver, don Antonio, ¿dónde cree que hemos estudiado los que no pensamos igual? ¿En Harvard? No, en la Complu, y míreme, escribo en LA RAZÓN. Esa no es una explicación al derecho al pataleo. Resulta que hay hijos de obreros que no solo no piensan igual que el vocerío sino que estarían dispuestos a la misma gresca. Resulta que la progresía se explica con los mismos argumentos que en los años sesenta, cuando aún los trabajos no los hacía ChatGPT.
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