Política
La larga y dolorosa cura de la drogadicción monetaria
El mundo ha vivido en los últimos años en una adicción monetaria permanente
John Locke (1632-1704), uno de los pensadores más influyentes del empirismo inglés, tildado de padre del «liberalismo clásico» y también inspirador de la teoría del contrato social, defendía que «el tipo de interés no es el precio del dinero, es el precio del alquiler del dinero». Puede parecer sólo un matiz, pero tiene su trascendencia. El miércoles y el jueves la Reserva Federal (FED) de los Estados Unidos, que preside Jerome Powell, y el Banco Central Europeo (BCE), con la francesa Christine Lagarde al frente, volvieron a subir los tipos de interés. Al otro lado del Atlántico ya están en el 4,75%, mientras que en la eurozona han alcanzado el 3%. No se quedarán ahí, sino habrá más aumentos a lo largo del año y el 5% podría ser una referencia en el viejo y el nuevo mundo a finales de 2023. Luego, es probable, pero tampoco seguro, que hubiera un periodo de estabilidad. La medicina que aplican los bancos centrales es dolorosa y el tratamiento de la enfermedad inflacionaria será largo, si se quiere controlar de verdad. Los demagogos –de todos los partidos, que diría Hayek– alegan que sufren los hipotecados y que esas medidas perjudican a las clases medias y bajas. Ignoran, quizá, en un mundo que abraza la «Pasión por la ignorancia» (Paidós), como apunta en su libro Renata Salecl, que la inflación es lo más destructivo que existe para los que tienen menos recursos. Se cumplen ahora 100 años de la hiperinflación alemana de 1923, cuando un dólar llegó a valer miles de millones de marcos, y que estuvo en el origen del acceso de Hitler (1889-1945) al poder.
El mundo ha vivido en los últimos años en una adicción monetaria permanente. Los bancos centrales crearon, de la nada, 12 billones de euros; los gobiernos avalaron otros 4 billones a las empresas y han dedicado otro billón a bonificar los precios de la energía. Todo con un precio del dinero «cero» o negativo, algo que es un contrasentido en sí mismo. Si el dinero se alquila, como apuntaba Locke, no puede ser gratis o cobrar por alquilarlo. Nadie, ni los más intervencionistas, imagina alquilar una vivienda gratis o percibir dinero por vivir de alquiler. Ahora con la inflación desbocada hay que recorrer el camino inverso, largo y doloroso para los «yonquis» monetarios, una gran parte de la sociedad que, quizá deslumbrada, optó por endeudarse –también hipotecariamente– desde el espejismo de un dinero casi gratis. La cura es dura y dejará cicatrices, pero tipos de interés entre el 4 y el 5% son algo moderado y no es probable que vuelvan los tiempos de que el dinero se alquile gratis, como diría el empirista Locke.
✕
Accede a tu cuenta para comentar