Parresía

Y ahora, Israel

Veremos cómo evoluciona esta crisis diplomática que despierta el recelo de varios de nuestros vecinos comunitarios y, de alguna manera, empaña nuestro protagonismo internacional

Con lo hábil y resiliente que ha demostrado ser como político, con la cantidad de frentes abiertos que tiene Pedro Sánchez a cuenta de la ley de amnistía y de sus negociaciones con Junts en el extranjero –verificador incluido–, no acabo de comprender que se muestre tan abiertamente crítico con la gestión del primer ministro israelí Netanyahu, hasta el punto de provocar la retirada indefinida de su embajadora en Madrid. ¿Por qué Sánchez reincide en la crítica a Israel? ¿Por qué se mete en ese jardín, exponiéndose de nuevo al halago de los terroristas de Hamás? ¿Existe algún motivo oculto, de índole geopolítica, que se nos escape? ¿Cómo pretendemos ofrecer conferencias sobre Oriente Próximo en nuestro territorio y tener un papel activo en la solución del conflicto si recurrimos a este tipo de declaraciones?

Nuestro presidente del Gobierno debe navegar con unos socios de coalición abiertamente propalestinos, cierto es, pero de ahí a volver a remarcar públicamente que tiene dudas de que Benjamin Netanyahu esté cumpliendo el derecho internacional en Gaza, hay un trecho. A ver cómo lo soluciona Albares.

La primera vez que Israel llamó a consultas a nuestra embajadora en Tel Aviv, hace menos de una semana, Bruselas se desmarcó de la posición del Gobierno español sobre Israel y explicó que se trataba de un asunto «bilateral». Veremos cómo evoluciona esta crisis diplomática que despierta el recelo de varios de nuestros vecinos comunitarios y, de alguna manera, empaña nuestro protagonismo internacional.

Sigue Bruselas estudiando, entretanto, la ley de amnistía al Procès y las quejas recibidas por entender que esa norma amenaza al Estado de derecho en España. Si atendemos a los primeros pasos oficiales de esta legislatura, se constata que Sánchez ha asumido como propio el mensaje del independentismo «made in Waterloo». Ahora, el presidente del Gobierno opina que la ley de amnistía es coherente y se comprenderá en el futuro, como la ley del divorcio. Para él, ha existido «lawfare» en España y, por supuesto, cree en la utilidad de una figura que medie entre él y Puigdemont. Si me apuráis, el presidente del Gobierno calca, prácticamente, el discurso que ofreció Carles Puigdemont el día en el que se hizo público el acuerdo de investidura entre Junts y el PSOE.

En su partido político, en cambio, las cosas han cambiado. Ya solo escuchamos las voces discordantes de Felipe González, Alfonso Guerra y demás coetáneos. La crítica interna ha desaparecido del socialismo. García-Page, Lambán y otros que osaron llevarle la contraria callan ahora, mientras escuchamos a Jordi Pujol padre alabar la ley de amnistía y declarar que está en «peligro» la lengua y la identidad catalanas. ¿No será la igualdad de todos los españoles ante la ley lo que está en peligro, señor Pujol?