
Insensateces
Alegría
El próximo domingo es la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, así que habrá que recordar el legado de esperanza que nos dejó el Papa argentino
Todos los años, más o menos por estas fechas, escribo para la Hoja Parroquial de Albacete. Y no saben Vds la ilusión que me hace estar ahí, aunque sea en un momento cada doce meses, en la portadilla de esa carta, ese folleto que se deja en las iglesias para que los feligreses te lean un ratico y se sientan partícipes de la vida cristiana. Cuando la Diócesis de Albacete me lo propuso, hace ya algunos años, coincidiendo con la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, no sabía lo feliz que me iba a hacer, lo orgullosa que me hizo sentir, la responsabilidad que colocó sobre mis hombros.
La Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales se instauró en 1967 por el Papa San Pablo VI tras el Concilio Vaticano II. Trataba y trata de destacar la importancia de los medios de comunicación como instrumentos de diálogo y cómo la Iglesia puede transmitir mejor el mensaje de Dios a través de ellos. Entre otras cosas, la alegría.
El texto que acompaña este año a su celebración lo escribió el Papa Francisco en enero. Bergoglio ha sido el Papa de la alegría. Su sonrisa franca, su humor, su esperanza eterna, han marcado unos años que jamás olvidaremos. Y eso es lo que ese cura del Barrio de Flores en Buenos Aires nos ha vuelto a pedir a los periodistas y comunicadores, que no nos dejemos llevar por este tiempo repleto de fanatismo, dogmatismos extremos, provocación y dominio. Que nuestra labor debe, más que nunca, estar anclada en la esperanza, aun cuando sea fácil desesperanzar. Que nuestro trabajo diario lleve el sello del compromiso, de la empatía, de la cercanía y, con todo lo difícil que suena, la ilusión. Lo iluso de la ilusión, qué cosas.
La sonrisa de Francisco nos marca el camino. Siempre la esperanza presente. El amor tan inmenso que contiene la alegría.
El próximo domingo es la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, así que habrá que recordar el legado de esperanza que nos dejó el Papa argentino. Dicen ahora que no fue profundo, que no fue ordenado, que dejó cosas sin atar ni resolver. Y, sin embargo, nadie puede olvidar su entusiasmo, su alegría, su compasión sincera. Si eso no es hondura, que venga Dios y lo vea.
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