Egos
Anatomía del yugo desigual
Cayetano, grandísimo de España, conde y duque al cuadrado, se casó en segundas y por la Iglesia con una joven a la que dobla la edad y un poco más.
Cayetano, grandísimo de España, conde y duque al cuadrado, se casó en segundas y por la Iglesia con una joven a la que dobla la edad y un poco más. Los titulares lo cuentan con desenfado y ternura, sabiendo que el matrimonio es una droga milagrosa cuyo antídoto, el divorcio, está al alcance de todos.
Pero detrás de la imagen dulce y los disfraces, ella de blanco, pureza virginal, el de la Real Maestranza de Soldaditos de Plomo rojos y gatos con botas, preciosísimo, anacrónico…, perviven los valores de la ecuación viejuna del deseo. Juventud femenina y poder masculino. Una fórmula que sigue regulando el intercambio afectivo en casi todas las clases sociales, aunque seamos más modernos, laicos e irónicos.
En el s XXI, seguimos con el ojo adaptado a la lente anticuada de nuestra cultura. Todavía es natural un hombre mayor con una joven, ¿Cuántas Bárbaras quedan por entregarse a Cayetanos? A la inversa, es excéntrico, todo el planeta se pregunta por las parafilias de Macron; recordemos lo que dio que hablar la propia Cayetana (que en posición de baile descanse) al unirse a Alfonso con más de veinte años de distancia.
La diferencia de añada y poderío material en la historia de las parejas es el formato sentimental más atávico y representado en las novelas: Madame Bovary, La Regenta, Ana Karenina, Lady Chatterley… Todos relatos de jóvenes que se emparejan con mayores que las proveen con generosidad. Sin embargo, el modelo terminaba fatal cuando los señores ricos las desatendían física y psicológicamente (porque no daban el ancho en esos terrenos sagrados y misteriosos que todos necesitamos). En literatura, el final suele ser trágico, muerte, locura, castigo, expiación, vergüenza, ostracismo. En la realidad, custodia compartida, pilates, terapia online y en casos muy graves, ansiolíticos.
Y digo yo que en estas casas hay afecto, claro, y contratos simbólicos: tú me rejuveneces, yo te legítimo. Un acuerdo tácito entre deseo y estatus. ¿Se quieren? ¿Hay interés? Todos elegimos lo que podemos, desde lo que deseamos, mediante lo que nuestra cabeza programada y nuestra cultura y valores nos permiten. El amor no flota en el aire: el amor ocurre sujeto en un sistema económico, cultural y biológico.
El patriarcado nos condiciona a todos, también a ellos. Les enseñó que su valía estaba en su posición, en su dinero y en su capacidad de sostener. A las mujeres nos dijo que nuestro activo estaba en la juventud, la belleza y la capacidad de maternar a los hijos y a todo el resto necesitado de cuidados, también un anciano poderoso esposo. Ese sistema sigue siendo el software emocional con el que muchos se conducen sin sospecharlo. Pero, ha empezado a resquebrajarse, algo se mueve.
Lo llamativo no es que sigamos escogiendo dentro de ese marco casposo y calculador, se entiende, sino que a veces dos personas logran encontrarse sin que uno compre y el otro venda: personas libres, similares, sin jerarquía ni intercambio, fuera del cuento de hadas (siempre machista)…Donde las costuras del trueque no son evidentes, una pequeña y muy hermosa revolución doméstica.
Las mujeres ya no necesitan casarse para existir y desenvolverse, yo diría que es justo al contrario, ni tener hijos, ni ser protegidas, ni financiadas. En la otra mano, hay tipos que empiezan a desvincular su autoestima de la cuenta corriente, que no se sienten amenazados por una hembra soberana ni desafiados por su inteligencia, que no quieren ser protectores ni patrocinadores de pupilas con coletas, ni pigmaliones, sino compañeros de juegos, carreteras y debate.
La boda de Cayetano y Bárbara no es un escándalo ni una caricatura, ni pasa nada malo con ellos y seguro que serán muy felices (se lo deseo de corazón) o al menos no más infelices que la mayoría de los mortales, pero su boda es un recordatorio de la Antigüedad que sigue viva. Eso, sí, de entre sus grietas, de vez en cuando, brota otra cosa. Algo que no se compra, ni se hereda. Eso que, pese a todo, seguimos llamando amor.