A pesar del...

Antonio Pau cuenta el tango como Malena lo canta

El libro cuenta la historia de este saber, desde la música hasta la poesía, y desde los instrumentos, hasta las biografías de sus compositores e intérpretes

Destacado escritor y jurista español, Antonio Pau publicó en Trotta hace unos veinte años «Música y poesía del tango», con prólogo de Ernesto Sábato. Compuesto por 140 piezas breves que Pau leyó en Radio Nacional, es un libro notable del que sólo he tenido conocimiento recientemente, y cuya lectura me ha evocado los versos de Homero Manzi: «Malena canta el tango como ninguna/y en cada verso pone su corazón».

Detecta el autor con destreza la fuente de la universalidad del tango, que es la angustia del hombre del siglo XX: «su soledad no es una anécdota local, sino una categoría universal». Ciertamente hay tangos humorísticos y también optimistas, como los que cantan a la inmigración de modestos trabajadores que llegan a la ciudad en busca de una vida mejor. Mi favorito es el uruguayo «Garufa», vecino del popular barrio montevideano de La Mondiola: «Durante la semana, meta laburo,/Y el sábado a la noche sos un doctor:/Te encajás las polainas y el cuello duro/Y te venís p’al centro de rompedor». Pero el tango fue resumido así por Santos Discépolo: «un pensamiento triste que se baila». Como sugiere Pau, es un saber escrito por los perdedores y que los perdedores entonan por no llorar.

El libro cuenta la historia de este saber, desde la música hasta la poesía, y desde los instrumentos –empezando, lógicamente, por el bandoneón–, hasta las biografías de sus compositores e intérpretes –empezando, lógicamente, por Carlos Gardel. Tuvo el famoso «morocho del Abasto» mucho que ver con España, con Madrid, donde cantó por primera vez en 1923 en el Teatro Apolo, y sobre todo con Barcelona, ciudad que le gustaba mucho, porque le recordaba a Buenos Aires. Llegó en 1925 para estar diez días y estuvo tres meses. Grabó allí para el sello Odeón por primera vez en el extranjero, y volvería a hacerlo en 1928. Allí conoció a Santiago Rusiñol, que lo acompañó mucho. En esos años, por cierto, sin nacionalistas agresivos ni políticas lingüísticas, se representaban en la capital argentina obras de Rusiñol en catalán con actores catalanes.

Y así va pasando el tango en este libro de Japón a Finlandia, de Borges a Cortázar, y de Albéniz a Stravinski. Todo con una elegante erudición que permite distinguir los matices que separan al compadrito y el malevo.