El canto del cuco

El arte del engaño

Sánchez no es un hombre de palabra, aunque se maneja bien hablando. Es un sofista y un buen dialéctico. Carece de inteligencia emocional, que es un defecto que suele acompañar a los autócratas. Por eso es temible

Con frecuencia las apariencias engañan. Los hechos no concuerdan con lo que se dice. Tampoco con la creencia general en momentos de obnubilación colectiva. En «Memorias de un hombre de acción» dice Pío Baroja que «a una colectividad se le engaña siempre mejor que a un hombre». Es lo que está pasando en España. El engaño es un arte. El torero engaña al toro y el trilero al pardillo que se acerque. Eso explica la insistencia de Pedro Sánchez en exigir al Rey que le vuelva a encargar formar Gobierno tras haber perdido las elecciones. Para ello presume de contar con los votos necesarios en el Congreso de los Diputados. En realidad, está negociando a calzón quitado con los separatistas catalanes y vascos para conseguirlos. La engañifa consiste en contar como pájaros en mano lo que son pájaros volando.

Estamos ante un político con acreditada fama de «hacer creer, con palabras o de cualquier manera, una cosa que no es verdad», según la primera acepción del término «engaño» en el diccionario de María Moliner. Sánchez no es un hombre de palabra, aunque se maneja bien hablando. Es un sofista y un buen dialéctico. Carece de inteligencia emocional, que es un defecto que suele acompañar a los autócratas. Por eso es temible. Le resbala la crítica. Tiene la extraordinaria habilidad de cambiar de opinión de la noche a la mañana en asuntos importantes sin inmutarse. Ahí está lo de la amnistía a los insurrectos catalanes. Lo que ayer era no hoy es sí. Y no pasa nada. Sonríe y se queda tan pancho. Lo extraño es que sus eventuales socios se fíen aún de él. ¿Quién les asegura, a Puigdemont a Junqueras y a Ortúzar, que mañana, cuando se acerquen las elecciones catalanas, vascas y europeas, no volverá a cambiar de opinión, afincado ya en La Moncloa? Porque no es la pacificación de Cataluña sino la permanencia en el poder la razón decisiva de sus vaivenes. No deberían llamarse después a engaño.

Se puede engañar a los nacionalistas catalanes y al Rey al mismo tiempo. Se puede engañar a Europa y a la militancia socialista con el falso espantajo de la extrema derecha, que él, como líder «progresista», dice que ha contenido en España. Y se puede utilizar con descaro al grupo de comunicación, que antes era fiable y prestigioso, convertido ahora en el desprestigiado sostén del «sanchismo». Hasta puede un político como Sánchez desfigurarse en su cabeza la verdad cuando no le agrada o le satisface. Pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.