Quisicosas

Belén en Navidad

Lo cierto es que Belén ha pensado que tal vez. Que puede. Que a lo mejor tiene depresión y podría curarse

Sedar a un ser humano que no está moribundo, sino que ha perdido las ganas de vivir, tiene su desafío. Si lo tiene para el veterinario que ha de sacrificar al bello mastín, ¿cómo no va a tenerlo con un paciente? (¿será «paciente» la voz correcta?). En el caso de Belén son 60 ó 65 kilos de mujer joven –54 años–. En silla de ruedas, es verdad, pero capaz de gesticular y hablar. Con un vigoroso corazón que hay que parar, un sistema muscular que hay que deprimir, un hálito que hay que cortar. Menuda tarea.

A eso vinieron a principios de mes los del Hospital de Santiago de Compostela. Con una ambulancia sin vuelta y una orden de la junta de supervisión de eutanasia. Quería morirse, Belén, harta de 30 años de enfermedad degenerativa –esclerosis múltiple– y probablemente enredada en ese duro nido de amor-dolor que es la dependencia de los que amas. Esa mano que te da de comer o beber, que te limpia, que te sustituye. Hace falta ser muy hija para soportarlo. Nadie puede ser tan hija.

Carmen cerró la puerta a los facultativos y se negó a que se la llevasen. A su niña no se la llevaban. Medió una discusión con Belén –«Mamá es cuestión de tiempo, ya no puedo más, yo quiero irme». La madre no cejó. Es imposible olvidar la sorpresa del parto, esa alegría que sobrepasa el dolor. Cuando has parido, es imposible creer que el dolor pueda ser más fuerte que la esperanza. Ser madre te blinda contra la muerte. Y cómo la han puesto por ello.

Se fueron los médicos, explicaron lo ocurrido, el hospital acudió al fiscal y el fiscal desbarató las defensas de Carmen, otorgando a Belén su derecho a morir.

Han pasado quince días, algo más, y quizá el sol estuvo bien, o la lluvia en Santiago, no se sabe. Lo cierto es que Belén ha pensado que tal vez. Que puede. Que a lo mejor tiene depresión y podría curarse. Que quizá es cierto que los dolores –sólo toma paracetamol– no son la definición justa de su Dolor. Que tal vez el tiempo también puede ser futuro. No sé muy bien. Pero ha firmado un poder notarial que certifica que ya no quiere morir. El papel autoriza a su madre a interrumpir el proceso de eutanasia, como un ángel que anunciase un nacimiento a una vieja seca de 80 años que hoy, de nuevo, ha tenido un bebé.

La cosa no sale en las noticias, porque ya no interesa. Cuando Carmen gira la llave para salir de casa, se estremece. Las cosas que abre una puerta.