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El buen salvaje

El bolso «fake» de Yolanda Díaz y un Gobierno pirata

Atención: es peor para la ministra de Trabajo gastar 500 euros en un bolso que alentar las falsificaciones que lastran tantos empleos

Estos días expone Yoko Ono en el Musac de León y anda el critiquismo nacional explicándonos lo que significan sus instalaciones, que es como los que te cuentan lo que ha querido decir Rosalía, yo mismo en estas páginas de aquí; no puedo más y, sin embargo, en este hartazgo por saturación de la modernidad, me ha encantado la «performance» de Yolanda Díaz. Sin quererlo, que es lo que hacen los verdaderos artistas, la vicepresidenta consigue con un bolso falso un plátano de Maurizio Cattelan (el bananazo de los seis millones de dólares).

Para los que no estén al tanto, les resumo: cazaron a la ministra «fashion» con alguien muy cercano que llevaba un «Totte Bag» de Marc Jacobs, un bolso de casi quinientos euros, un artilugio por el que mata el chavalerío que no se lo puede permitir. Es un dinerito, pero lejos de los 1.500 de un Vuitton. Aun así, la proletaria pensó que llevar cerca una pieza de moda de ese precio la desprestigiaba como comunista militante, así que se apresuró a aclarar que el bolso era falso. Atención: es peor para la ministra de Trabajo gastar 500 euros en un bolso que alentar las falsificaciones que lastran tantos empleos. La ministra, y el Gobierno todo, tienen ese aire aspiracional e hipócrita de los que gustan del lujo a sabiendas de que su parroquia no les perdonaría tamaño alarde de pija vanidad; presumen todo el rato de ser pata negra cuando no pasan de jamón de cebo con mucha suerte. ¿Qué diferencia hay, como mensaje político, entre lucir un logotipo falso o verdadero?

El bolso falso es la muestra conceptual, a lo Yoko Ono, de una vicepresidencia mentirosa y un Ejecutivo que dice que España funciona como un Rolex cuando cada día se parece más a un básico de Swatch y el ejemplo de lo ridículo que puede ser un izquierdista de puño en alto cuando le pillan en el terreno burgués de la comodidad y el consumo fantoche. Yolanda Díaz quiso decir que ella no era de la tribu de Pablo Iglesias, su chalet de Galapagar y el colegio privado, y acabó metiéndose de «okupa» en el lujo, como una lady Di espectral cuando visitaba hospitales con su «outfit» rubio.

Para comprar un Marc Jacobs de verdad, más que trabajar menos, hay que hacer unas cuantas horas extra o buscar un curro adicional que financie los caprichitos. Como no me adorna la frugalidad, soy muy pro de estas soluciones. Yolanda Díaz lo tenía muy fácil para ser una «influencer»: ponerse una de esas batas de las abuelas gallegas que ahora copia Prada en las pasarelas. Pero no.