
Aunque moleste
La brecha generacional
Es un problema el alejamiento entre la política, la juventud y la calle
Ahora que está ahí el 50 aniversario del 20-N, resuena en los medios la encuesta del CIS en la que casi un 20 por ciento de nuestros jóvenes (de entre 18 y 24 años, o sea, que no vivieron la dictadura) valora positivamente a Franco, y considera que la democracia actual es peor que aquel régimen militar. No sólo eso. Además, un 26 por ciento de los encuestados «prefiere, en algunas circunstancias, el autoritarismo a la democracia», exteriorizando la impresión de que el sistema democrático en España se deteriora y no se sienten representados por los partidos. También comentan que la política en nuestro país empeoraría si más inmigrantes participan activamente en ella.
A los que vivieron en la trinchera de la lucha antifranquista sorprenden sobremanera tales valoraciones, llegando incluso a arremeter contra esta juventud «que no tiene ni idea de los que fue aquello». Cierto que no la tiene, y por eso responden de tal manera, pero más que solventar la cuestión tildando de «fascistas» a los chavales, como hacen algunos, procede analizar por qué un sector nada despreciable de la generación Z está decepcionada con la democracia. Parece que no valoran tanto el hecho de tener libertad o poder votar, como la realidad de cobrar sueldos bajos, estar en paro, tener dificultad para acceder a una vivienda, la inseguridad o la inmigración ilegal. El sistema democrático nos ha traído progreso, bienestar, modernas infraestructuras y libertad para poder hablar, escribir o elegir a quien nos gobierne. Pero igual quienes necesitan un trabajo para vivir y no lo encuentran, o comprar una vivienda familiar y no les llega el sueldo, no se identifican tanto con un régimen en el que no logran realizarse personalmente, y en el que sobresalen prácticas de corrupción interna en algunos de los partidos principales, se llamen éstos como se llamen.
Aunque el problema principal puede ser el del alejamiento de las élites con respecto a las preocupaciones de la calle. Por ejemplo, en asuntos como la inmigración o la okupación. La semana pasada llamó particularmente la atención la reflexión que hizo en voz alta el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, al pedir a la izquierda que «hable sobre inmigración y seguridad, aunque incomode». En tal sentido, añadió que «los flujos migratorios son un reto para los barrios, que se tiene que basar en la seguridad». Rufián conoce bien los barrios, se ha criado en el cinturón de Barcelona, y por esa razón ha podido llegar a entender, antes que otros, esa preocupación que existe de verdad en tales distritos con la inseguridad y la inmigración. Preocupación a la que no son ajenos los jóvenes que allí residen, sino al contrario. En las viviendas de la clase media alta de Pedralbes o Sarriá en Barcelona, lo mismo que en Pozuelo, Majadahonda o La Moraleja en Madrid, la problemática no se percibe igual. En zonas como éstas vive buena parte de nuestra clase dirigente. Existe la tendencia miope de calificar como «fascistas» a cuantos votan a Vox o Aliança Catalana. No se dan cuenta de que les votan porque ninguno de los demás partidos está sabiendo encauzar su problemática. Igual los jóvenes en esos barrios están perdiendo la confianza en los partidos. Y puede que muchos también en la propia democracia.
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