El trípode
El campo frente a las élites globalistas
No debemos olvidar que nosotros somos un relevante productor de frutas y verduras en la UE y a nivel mundial.
La movilización de los agricultores y ganaderos en diversos países de la UE, entre ellos España, se ha convertido en un problema de extraordinaria importancia para los Gobiernos correspondientes y para la misma Comisión Europea, cuya presidenta Ursula von der Leyen ya ha «cambiado de opinión» en dos cuestiones de singular importancia, de entre las reclamaciones planteadas por el sector. Al final está sucediendo lo que debía ocurrir antes de que fuera demasiado tarde para evitar acabar con el campo en España y en otros países comunitarios. No debemos olvidar que nosotros somos un relevante productor de frutas y verduras en la UE y a nivel mundial, por lo que es inaceptable que España acabe por ser importador de ellas ante las condiciones extremas a que pretenden someter a nuestras gentes del sector primario, obligando al cierre continuado de explotaciones agrarias y ganaderas.
No es de recibo exigirle a nuestros agricultores unas condiciones de producción basadas en la Agenda 2030, con sus dogmas ecosostenibles y climáticos mientras, por ejemplo, simultáneamente la Comisión pacta con Mercosur importar esos mismos bienes producidos en unas condiciones no aceptables para nosotros, creando una competencia desleal e insostenible. Es tan evidente que la situación era ésta, que afortunadamente el campo español ha reaccionado a tiempo. Y por cierto, lo ha hecho por sí mismo, sin contar para nada con los sindicatos del ramo, ni ASAJA. Han sido las redes sociales la herramienta prioritaria para hacer de la revolución digital su arma para poner en pie una cuasi «revolución del sector primario». Tan en evidencia han colocado a los teóricos representantes sindicales del sector, que el Secretario General de CCOO, Unai Sordo, se ha permitido hacer honor a su apellido y descalificar a los miles de tractoristas y gentes del campo movilizados, tildándolos de «empresarios que pretenden politizar la reclamación para sacar réditos económicos y electorales». Los estados-nación con sus fronteras y legislaciones propias y la religión católica son un obstáculo a eliminar por las élites mundialistas que dictan la Agenda 2030 como dogma de obligado cumplimiento para asegurar un mundo menos poblado y más manejable por ellos al servicio de sus intereses. El Nuevo Orden Mundial que pretenden imponer –obviamente con ellos al mando– requiere de ciudadanos con conciencias adormecidas y aborregadas para conseguir que aspiren a «no tener nada y ser felices», como el Foro Mundial de Davos se atrevió a afirmar en 2016. Los tractoristas con sus manos encallecidas no necesitan ni de Sordo ni de Álvarez para defenderse y exigir que les dejen vivir y trabajar.
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