Tribuna

Cataluña avanza hacia el bloqueo

¿Y como impactaría una repetición electoral en la estabilidad del Gobierno de Pedro Sánchez? Pues sin duda que para mal. O bien según se mire

Cataluña se encamina a una repetición electoral si se confirman los datos que apuntan las encuestas. Sería la primera ocasión en que se daría ese supuesto desde 1980, fecha de las primeras elecciones catalanas que entronizaron a Jordi Pujol. Mucho ha llovido desde entonces. Pero mientras en Euskadi nadie duda ya que, si suman, PNV y PSE repetirán fórmula de Gobierno, ni ERC ni Puigdemont están por la labor de investir a Salvador Illa que, sin lugar a dudas, es el favorito puesto que lidera las encuestas de forma clara a pocas semanas para las elecciones. Lo que obligaría a Illa a lograr el apoyo, a la par, de partidos como Comuns y VOX. Además del PP. Siempre que se confirmara que el independentismo pierde la mayoría absoluta. Lo que hoy parece probable pero no seguro a tenor de algunas encuestas. De ser así sería la primera ocasión en que ocurre desde 2015, fecha en que se concretó la apuesta independentista –súbitamente sobrevenida– del partido que para entonces lideraba Mas.

Si complicado es que esa ecuación sumara, el resto de fórmulas –con alguna salvedad– son igual de enrevesadas.

Carles Puigdemont y su candidatura mesiánica jamás darán su apoyo a Pere Aragonès, caso que la CUP también estuviera por la labor. Que tampoco parece el caso. Carles Puigdemont ya vivió con amargura, en 2021 aupar a Aragonès a la Presidencia de la Generalitat. Dolido por el resultado adverso –lideró la candidatura pese a no participar en las primarias que ganó Laura Borràs–, dejó la negociación en manos del secretario general de Junts, Jordi Sánchez, que negoció personalmente un acuerdo con Aragonès en el tiempo de descuento. La apuesta le costó la cabeza a Sánchez. Borràs se lanzó desde el primer minuto y desde la Presidencia del Parlament a liderar la oposición al Govern del que participaba al 50 por ciento su partido. De hecho Borràs ya había dicho en campaña que si de ella dependía Aragonès se iba a quedar en la estacada. O sea, que no iba a investir a Aragonès. Y, por su parte, un Puigdemont desairado, que no supo digerir el resultado adverso, no cesó hasta provocar la salida de Junts tras urdir una moción de censura encubierta proponiendo de sopetón una moción de confianza. Que sólo tenía un propósito: provocar la caída del Gobierno que presidía Aragonès. Sin más. Puigdemont no puede con ERC, no los traga. Les ha puesto la cruz. Incluso escribió un doble volumen en Waterloo, como si se tratará de un compendio de reproches, que es libelo antierc.

El odio africano de Puigdemont a ERC –y en particular a Oriol Junqueras– no sólo no ha menguado sino que se ha intensificado paradójicamente tras apuntarse a la senda negociadora de ERC. Al punto que se revela inviable que Puigdemont diese su apoyo a Aragonès. Antes haría lo indecible para provocar la repetición electoral recuperando propuestas maximalistas como pretexto. Incluso intentaría una suerte de entente con Illa, aunque tampoco tenga de entrada viabilidad.

En ERC están más que hartos de Puigdemont que es quien ordena y manda en Junts sin contrapeso alguno. De sus constantes invectivas y desaires. Pero, en cambio, no se puede descartar que dieran su brazo a torcer. Así lo demuestran los antecedentes. ERC ha hecho presidente a Pujol, Maragall, Montilla, Puigdemont y Torra. Sin demasiados aspavientos. Con planteamientos siempre pragmáticos. Con lo que acorde con su actitud a lo largo de los últimos cuarenta años no es descabellado creer que en última instancia diera sus votos a Puigdemont aunque pudiera haber, en esa tesitura, quien propusiera un nuevo tripartito. Pero esa es una posibilidad que cuenta, hoy por hoy, con un apoyo muy minoritario en la dirección de ERC. Illa no es Maragall ni Montilla. Nadie se lo imagina emulando al cordobés Montilla cuando este le soltó a Zapatero «te queremos mucho pero queremos más a Cataluña». Ese PSC ni está ni se le espera. Sin olvidar que fueron los Comunes los que forzaron la convocatoria electoral para disgusto de Pedro Sánchez.

El resto de candidatos no tienen posibilidad alguna. Aunque sí podrían aspirar a ser determinantes caso de que aritméticamente fueran imprescindibles. Como ya ocurriera en el Ayuntamiento de Barcelona. Los concejales del PP privaron a Trias de la Alcaldía y se la dieron a Collboni (PSC). También ese lleva siendo el papel de la CUP desde 2016. El de bisagra. Sus votos permitieron que las últimas legislaturas echaran a rodar aunque se hayan cobrado piezas como la cabeza de Artur Mas al que mandaron a la «papelera de la historia».

El popular Alejandro Fernández es otro de los nombres del momento. Y el candidato que más dudas generaba. Son conocidos sus encontronazos con Feijóo. Todo apunta a que el PP dejará de ser el farolillo rojo del Parlament tras dos legislaturas. No por el tirón de Fernández sino por el buen momento de las siglas. La desaparición de Ciudadanos, ahora con seis diputados frente a los tres del PP, se da por archisegura. El grueso de esos votos antaño naranjas serán mayormente para el PP. Como los que apunta la demoscopia va a perder VOX también en favor del PP. Lo que ya no está nada claro es si el PP va a ser capaz de atraer a los votantes socialistas catalanes en desacuerdo con la amnistía que suman cerca del 40 por ciento de su electorado. Las encuestas no reflejan por ahora que eso pudiera suceder más allá de un modesto pellizco.

¿Y como impactaría una repetición electoral en la estabilidad del Gobierno de Pedro Sánchez? Pues sin duda que para mal. O bien según se mire. Ya ha dado al traste con los presupuestos con un efecto rebote. En tan sólo un mes, los de Yolanda Díaz se han cargado consecutivamente los de Cataluña, Barcelona y España. No está nada mal. No se andan con chiquitas. Si para más inri se confirmara que el resultado electoral en Cataluña da pie a un bloqueo institucional, no hay duda que iba a complicar aún más la entente de la mayoría parlamentaria que sustenta a Pedro Sánchez en la Moncloa.