Sin Perdón

El circo político del populismo

«La nueva mayoría del Tribunal Constitucional se ha erigido en un nuevo

Poder del Estado»

No existe ninguna duda de la abrumadora superioridad de la democracia, como sistema de organización política, frente a cualquier otra opción. Aristóteles escribió que «la democracia ha surgido de la idea de que si los hombres son iguales en cualquier respecto, lo son en todos». Las alternativas que nos ofrece la Historia, así como las que existen en muchos países, son lamentables e, incluso, terroríficas. El autoritarismo puede adquirir diferentes variantes y siempre existe el riesgo de que se instale en una democracia convirtiéndola en más formal que real. En este caso, como sucede en algunos países iberoamericanos, las leyes son utilizadas para perseguir a la oposición y provocar el exilio de sus líderes. La victoria electoral en los sistemas presidenciales se esgrime como título habilitante para ignorar a la minoría con la que la diferencia de votos es muy pequeña. La teoría de la separación de poderes hace tiempo que es más teórica que real. Una democracia perfecta es aquella en la que realmente existe. Hay numerosos aspectos que muestran que la evolución del constitucionalismo y la práctica política han conducido a consagrar una inquietante superioridad del Poder Ejecutivo. La concentración del ejercicio del poder sin respetar el espíritu constitucional, que es la expresión del poder constituyente, a base de la legitimidad del poder constituido, que tiene una vigencia temporal, es una grave enfermedad de la democracia.

Otra es el populismo de cualquier signo. En ocasiones somos egocéntricos y creemos que es un mal de nuestro tiempo. Ni siquiera lo es de la Edad Contemporánea, sino que es una realidad desde la Antigüedad. Croiset consideraba que «el enemigo más temible de la democracia es la demagogia». Un populista es siempre un demagogo. La política es propicia para la demagogia, algo habitual en las elecciones, pero que afecta profundamente desde hace unos años a las democracias occidentales. Los estallidos sociales que se viven en Europa o el cuestionamiento del modelo tradicional de partidos son un síntoma del avance del populismo. Las grandes ideas políticas y los partidos que configuraron la alternancia en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial han dado paso a unos parlamentos donde crecen los extremismos. El caso español es un inquietante ejemplo, donde la separación de poderes ha dado paso a una ficción democrática por la que se pueden sortear los mecanismos parlamentarios y despreciar a la oposición.

Las elecciones son la base de una democracia, pero es muy preocupante cuando su resultado, que se convierte en un gobierno y una mayoría parlamentaria, se transforma en un instrumento para imponer sus ideas y medidas, excluyendo cualquier diálogo. Hace años que se utiliza el término rodillo parlamentario, pero ahora incluye a los enemigos de España y de la Constitución. No me refiero, por supuesto, al legítimo desarrollo de un programa electoral, sino al asalto de las instituciones, como ha sucedido con el Constitucional o la Fiscalía General del Estado; el abuso de los reales decretos ley o las cesiones a independentistas y filoetarras. La necesidad de constituir una mayoría parlamentaria de soporte al Gobierno ha conducido al incumplimiento del programa y los compromisos electorales.

Con una auténtica separación de poderes, no se hubiera producido esta anomalía democrática. La Administración y sus organismos se han convertido, algo que ya sucedía con gobiernos anteriores, en instrumentos al servicio de una mayoría parlamentaria. Esta colonización se ha extendido a la Administración Institucional, donde el concepto de mérito y capacidad para la designación de sus responsables es sustituido por el carné del partido o el más descarado amiguismo. No podemos hablar en propiedad de una Administración independiente al servicio de la sociedad que depende de un gobierno, sino de unos partidos que han tomado su control para que sea un instrumento dócil al servicio de la arbitrariedad y de sus intereses electorales.

Theodore Roosevelt señaló que «una gran democracia debe progresar o pronto dejara de ser, o grande, o democracia». No hay riesgo de que dejemos de serlo, pero me temo que cada vez sea más pequeña. El crecimiento de los populismos es una consecuencia del descrédito que han sufrido los grandes partidos por sus errores e incumplimientos. A esto hay que añadir un indeseable frentismo que convierte al rival en un enemigo y las apelaciones al diálogo en una enorme mentira. El fondo en una democracia es muy importante, pero también las formas. Por ello, la conversión del Parlamento en una marioneta al servicio de La Moncloa, sea del partido que sea, es una regresión democrática. Nadie me podrá convencer de que el criterio de oportunidad política es suficiente para legitimar la vulneración sistemática del espíritu constitucional del real decreto ley. Es la expresión de un inaceptable autoritarismo democrático.

La nueva mayoría del Constitucional se ha erigido en un nuevo Poder del Estado dispuesto a introducir una mutación de la Constitución que sienta un grave precedente. Las decisiones del Gobierno y sus aliados antisistema se convierten en constitucionales en base al uso alternativo del Derecho y la legitimidad de la actual mayoría del poder constituido. Es una forma muy preocupante de reformar la Constitución, cuando para hacerlo están previstos unos rígidos mecanismos garantistas. El populismo ha conducido a que el aparato del Estado esté al servicio de la campaña de reelección del presidente y que los viajes al exterior sean meros instrumentos propagandísticos. Las funcionarizaciones masivas o la quiebra del sistema de oposiciones para favorecer los ascensos de los afines, el abuso presupuestario, el populismo impositivo, las nacionalizaciones para incorporar votantes afines ideológicamente y tantas otras medidas son elementos inquietantes en una democracia tan importante como la española.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)