Letras líquidas

Los clásicos «checks and balances»

Un presidente tiene la potestad de legislar, claro, pero los controles posteriores, tanto de la Cámara de Representantes como del Supremo, resultan indispensables para la estabilidad del sistema

Cuentan los periodistas en Estados Unidos que van estos días desbordados. No es de extrañar. Faltan ojos y manos para seguir la avalancha normativa del reestreno de Trump. Desde las primeras firmas, a lo «pop-star» en el Capital One Arena, al posterior e incesante goteo de órdenes legislativas que salieron del Despacho Oval intenta deshacer el legado Biden a través de ese ejercicio híbrido, que se mueve entre el poder legislativo y el ejecutivo, y que pone a prueba la flexibilidad de los «checks and balances» estadounidenses. Esos mecanismos que, respetuosos con Montesquieu, intentan equilibrar los poderes del Estado para que ninguno se imponga: un presidente tiene la potestad de legislar, claro, pero los controles posteriores, tanto de la Cámara de Representantes como del Supremo, resultan indispensables para la estabilidad del sistema.

Y mientras en la Casa Blanca el debut Trump 2.0 venía acompañado de esa profusión de decisiones, la conexión, al otro lado del Atlántico, llegaba en forma de fallido decreto ómnibus que contenía, además, y como una muñeca rusa, todos los males de la legislatura española. Más allá de la debilidad parlamentaria (dónde quedó aquello de la geometría variable) y de la dependencia de unos cuantos escaños (quizá siete), el choque entre los tres poderes del Estado se ha convertido en el punto más débil de la vida pública al pasar de las inevitables fricciones discretamente soterradas a colisiones abiertas. De hecho, y aunque la tensión ejecutivo-judicial merece mención especial por su crudeza, incluso formato tesis doctoral, el pulso Gobierno-Parlamento también se ha enquistado a cuenta de vicios consolidados por la costumbre. Lo que empezó como excepcional se volvió corriente.

El ninguneo a los mecanismos habituales de control, eludiendo filtros previos de expertos, la pérdida de referentes como el Debate sobre el Estado de la Nación, muchas de las sesiones reducidas a mero trámite o la apuesta por los decretos como forma de legislar, sin debate y sin la suficiente discusión elimina su carácter constitucional y crea monstruos democráticos que han ido creciendo hasta estallar y aterrizar en lo más cotidiano de la vida de los ciudadanos, en ayudas al transporte o revalorización de las pensiones. Y ahí es donde esas reflexiones teóricas se vuelven tangibles y cobran toda su importancia los contrapesos, los «checks and balances». Que por algo se inventaron hace siglos y siguen funcionando. Tampoco conviene olvidar, por cierto, el valor de ese «outsider» del control y los límites, aquel del clásico de Bogart, ¿cómo se llamaba? Ah, sí, «el cuarto poder».