Alfonso Ussía
11 de diciembre
Hoy lo vemos abrazado a Pablo Iglesias, a Jordi Évole, al cagueta de Bruselas, a Gabriel Rufián... Treinta años atrás, el 11 de diciembre de 1987, ya estaba en la ETA. No se ha arrepentido. Se manifiesta feliz y contento, es recibido y agasajado por podemitas y separatistas catalanes –amigos y compañeros–, y quizá ha celebrado el aniversario con un clarete, un tinto o un vaso de chacolí. Hoy, no puede haberlo olvidado Arnaldo Otegui, se cumplen treinta años de la «heroica» gesta etarra contra la Casa-Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza. No entra en la Memoria Histórica. Los etarras que cumplieron las órdenes de Domingo Iturbe ultiman sus días de prisión. Los hermanos Parot, Frederic Haramboure y Jacques Esnal. Un comando especial de etarras franceses para despistar a la Guardia Civil, la Policía Nacional y la Gendarmería. Se trataba de un golpe de la «lucha armada», como era calificada por innumerables gilipollas de la política y el periodismo en España. Armados de lápices de colores, de «donuts», de cuadernos y de libros salían los hijos de los guardias civiles camino del colegio. La orden, tajante: «Hay que atacar el cuartel de Zaragoza aunque mueran mujeres y niños». La orden fue cumplida con éxito.
El guardia civil don José Pino Arriero y su esposa, doña María del Carmen Fernández Muñoz, llevaban de la mano a su hija Silvia Pino Fernández de 7 años a la escuela. Lo mismo hacía el guardia civil don José Ballarín Gava con su niña Silvia Ballarín, de 6 años. Como el guardia civil don Emilio Capilla, que acompañado de su mujer, doña Dolores Franco, despedían con sus besos de «hasta luego y pórtate bien» a su hija Rocío Capilla, de 12 años. En el fragor de la «lucha armada» fueron también abatidas cuando sacaban para defenderse sus cajas de lápices de colores Esther Barrena Alcaraz y su hermana gemela Miriam Barrena Alcaraz, peligrosísimas a sus 3 años de edad. Y con 17 años, la «acción política» destrozó la vida de Ángel Alcaraz Martos. Once asesinados, y de ellos, seis menores. Se entiende que en Podemos, en los submundos de Évole, en el independentismo catalán, el etarra Otegui sea abrazado y sonreído con el cariño correspondiente. Dos días más tarde, un periodista se atrevió a preguntar al señor Obispo de San Sebastián, don José María Setién, por su opinión al respecto. Al respecto de la valiente «lucha armada» contra la Casa-Cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, con sus once inocentes recién enterrados en sus tumbas adelantadas. Y el señor Obispo, siempre tan prudente y medido, respondió: «No tengo por costumbre comentar hechos sucedidos en diócesis ajenas a mi responsabilidad». Una declaración de inmenso valor cristiano, humano y misericordioso.
Hace treinta años en las herriko-tabernas de Elgóibar, de Hernani, de Mondragón, de Rentería y de otros lugares de Guipúzcoa, Álava y Vizcaya, corrieron centenares de litros de clarete por los gaznates de los partidarios del crimen. Los asesinos han tenido tiempo para arrepentirse, pero saldrán a la calle sin mostrar ni el más leve dolor en sus ánimos. En Francia no se recibe a los criminales con bienvenidas y homenajes. Se encontrarán con la libertad y con el olvido. En Francia, los separatistas corsos no les invitarán a sus fiestas y mítines, ni habrá una «estrella» de la televisión que les ofrezca ni un solo minuto de publicidad. Y nadie se fotografiará con ellos, porque su presencia o la de sus cómplices en la fotografía llevarían irremediablemente su prestigio a las cloacas. En España no. En España se abraza a los criminales, les rinden pleitesía y se inmortalizan junto a ellos. Otegui no se puso un lazo negro reconociendo su vergüenza y culpa por aquel asesinato de niños, mujeres y padres de familia. Se ha puesto el amarillo, el de Guardiola, para pedir la excarcelación de unos delincuentes. Bueno, en el fondo, es lo que le toca.
Treinta años ya, y aún lloramos.
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