Restringido

69 muertos

La Razón
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La muerte del periodismo retorna cada cierto tiempo. Lo suyo es una canción de cuna para dormir ovejas. Nunca falta el intelectual orgánico que pronostica la liquidación del papel y, por extensión, del reporterismo. Convencido, claro, de que el medio es el mensaje y otras glorias McLuhan. O el abogado a sueldo de una telefónica, prosélito de la piratería, que pretende que todos compremos mucho ADSL para copiar discos, alijar películas, rapiñar libros, guindar revistas y descargar periódicos. Discos, películas, libros, revistas y periódicos que sólo pagan los productores y editores y el resto afana a porta gayola. Pero soy optimista. La cultura, por razones económicas y de salubridad democrática, así como por cuestiones relacionadas con el metal inherente a lo humano, sobrevivirá estos tiempos fatídicos.

Si la cultura resistirá, por mucho que algunos pretendan liquidar el mercado que había permitido la transición del escriba sentado en palacio al escritor libre, también dudo de que el periodismo caiga. No mientras resista la democracia. Cierto que el descalabro de los ingresos por publicidad reventó la línea de flotación del negocio. Pero ahí sigue, mal que bien, e imprescindible si todavía aspiramos a pasarle el cepillo a la actualidad y distinguir la publicidad del reportaje, el apostolado de la noticia, etc. Curioso que los vendedores del fin de los tiempos, felices de que el periodismo sufra, hablen poco o nada de los 69 periodistas asesinados en 2015. 69 muertos que trae en su informe anual el Comité para la Defensa de los Periodistas (CPJ por sus siglas en inglés). 69 cadáveres que no pueden comprar los inductores del pensamiento blando, los gurús amables del futurismo retro. Dado que odian la palabra y desconfían de la inteligencia pretenden suplantarlos con una pueril tormenta de emoticonos. Más el añadido plus de Twitter, ese gallinero. De ahí que silencien la muerte de los reporteros, pues invalida sus argumentos. Será por algo que el periodismo está en busca y captura, que quieren su cabeza los matones del yihadismo, los sátrapas y los mafiosos. Dicen desde el CPJ que la prensa es, al mismo tiempo, «blanco de los terroristas y de las autoridades que dicen combatir el terrorismo». Objetivo, en fin, de verdugos y dictadores en todo su amplio espectro. Siria continúa siendo el país más peligroso del mundo para el reporterismo, seguido por Francia tras el atentado del pasado enero contra la revista Charlie Hebdo. Los modernos y posmodernos aplauden que en la casilla del periodismo, territorio de profesionales, florecerá un lúdico jolgorio de altruistas blogueros, justicieros anónimos, agregadores de noticias y medios gratuitos, pero olvidan que la citada cataplasma ofrece, por regla general, un articulismo de fondo (de muy al fondo) y abundancia de noticias memas, tipo gato con botas. Los fanáticos islamistas, devotos de una religión que no tolera la separación entre el ámbito de las creencias y el de las leyes, saben por el contrario que su mayor enemigo es el periodismo. Sus afanes jerárquicos. La devoción al hecho. En su mundo ideal los periódicos fueron sustituidos por spots propagandísticos. A los periodistas, como no pueden cambiarlos por píxeles, directamente los matan.