José Antonio Álvarez Gundín
A expropiar catedrales
La cabeza de lista del PSOE, que no es lo mismo que la lista de cabeza, ha propuesto a Andalucía como modelo para Europa al mismo tiempo que Susana Díaz daba orden de estudiar la expropiación de la Mezquita de Córdoba para «devolvérsela al pueblo». En París, Berlín y Roma aguardan el desenlace con gran expectación por si también tuvieran que expropiar Notre Dame, la Frauenkirche o la basílica de San Pedro. En realidad, al ideario socialista lo que le falta para entrar en el siglo XXI es abanderar una buena desamortización eclesiástica, algo así como Mendizábal en 1836, pero con más tronío de funcionarios. Rescatar de las manos ociosas del clero las joyas catedralicias. Porque los laicistas creen, de verdad, que la Iglesia se reduce ya a cuatro curas torvos y taimados que están al borde de la extinción y sólo necesitan un empujoncito. De haberse cumplido sus vaticinos de apostasías en masa, el catolicismo sería hoy una fe residual sumida en las catacumbas, en vez de la realidad vigorosa que revela el último barómetro del CIS.
Pues no, España no ha dejado de ser católica. Al contrario, el número de españoles que se declara católico ha aumentado media décima el último año, hasta el 71%, y la asistencia a la misa dominical, estimada en un 13,3% de la población, ha crecido un 2%. Quiere decirse que la Iglesia convoca cada domingo o fiesta de guardar a más de 7 millones de almas así caigan chuzos de punta o abrase el sol. Deberían tenerlo en cuenta quienes, inhábiles para llenar un modesto polideportivo de barrio con sus mítines electorales, agravian a la Iglesia con pasmoso desahogo, cuando no maquinan ingeniosas desamortizaciones. El barómetro del CIS no entra a analizar las causas del repunte, pero es inevitable pensar en la influencia del Papa Francisco, que en sólo un año ha conquistado las simpatías del mundo. En España, su bonhomía ha traspasado incluso los círculos habitualmente displicentes con la Iglesia y ha devuelto a los más apáticos cierto optimismo en tiempos de tribulación. La fortaleza de la Iglesia española, sin embargo, tiene raíces más profundas y soporta con notable resistencia las tarascadas anticlericales. Basta repasar los últimos ejercicios fiscales para comprobar cómo aumenta, año tras año, el número de contribuyentes que marca la casilla de la Iglesia. Pese a la crisis, la última recaudación superó en dos millones a la precedente. No hay en España ningún grupo, asociación o institución que se atreva al examen anual de un referéndum ciudadano de esta naturaleza, como hace la Iglesia. Y menos que nadie, esa izquierda decimonónica que a falta de ideales más elevados sueña con expropiar lo único que funciona desde hace dos mil años.
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