Restringido

A la portuguesa

La Razón
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Esta semana me he reencontrado con algunos profesores, compañeros de la Universidad. Se trata de personas valiosas intelectualmente, con buena capacidad de análisis, de argumentos eficaces e ideológicamente no homogéneos, pero hay un denominador común: una profunda preocupación por la situación política del país y una sensación de callejón sin salida.

En este clima de opinión, se ha puesto encima de la mesa un nuevo elemento que está siendo objeto de debate, se trata de la posibilidad de un acuerdo «a la portuguesa».

Ciertamente, las condiciones en Portugal son muy diferentes a las de España y no sólo por la ausencia de nacionalismos en la izquierda política lusa. Si comparamos los resultados en el país vecino con los obtenidos en el año 2011, se puede comprobar que los conservadores han perdido 6 diputados, pero que los socialistas han recuperado 12 y más de un 4% de los votos, quedando a 200.000 votos de la derecha política y que, además, se ha conformado un bloque más o menos homogéneo y claramente mayoritario.

No cabe duda de que antes de que el propio Pedro Sánchez avanzase su intención de lograr un pacto similar al de Portugal, habrá tenido en cuenta estas dos categorías de importantes diferencias respecto a la situación portuguesa.

En todo caso, los escenarios en los que está presente el PSOE se reducen a tres. En primer lugar, ocupar el puesto de oposición política en el que nos han situado los ciudadanos. El PP intentará afianzar una suma de votos que le permitan al Sr. Mariano Rajoy seguir en La Moncloa y asegurarse la posibilidad de sacar adelante proyectos legislativos.

Si el Sr. Rajoy no pudiera conformar una mayoría en el Congreso de los Diputados, y sin olvidar que el Partido Popular tiene una holgada mayoría en el Senado, que podría retrasar cualquier procedimiento legislativo que llegase del Congreso, las posibilidades del Partido Socialista se reducen a dos:

Impulsar la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, tarea en la que ha empeñado su trabajo una parte de la Dirección Socialista. Esta alternativa abre, a su vez, dos posibilidades: que el acuerdo de investidura sea posible o que no sea posible.

La aritmética es una verdad difícilmente maleable y la investidura de un socialista, ya sea Pedro Sánchez u otro, requeriría no solamente un acuerdo con Podemos e IU, sino también con independentistas que, presumiblemente, no van a cambiar su posición respecto a la unidad de España. Evidentemente nada ni nadie puede hacer que el PSOE se mueva un ápice en este asunto, y así lo expresó el máximo órgano de toma de decisiones socialistas el pasado día 28 de diciembre.

Cuando los principales dirigentes y activos del Partido Socialista han aludido a «líneas rojas», no es resultado de un capricho o de un mero instrumento retórico, se refieren a principios y valores que son fundamento de nuestro proyecto político para España desde nuestra fundación. Cuando pensamos en los intereses del país, estamos pensando en esto, entre otras cosas.

En todo caso, las dificultades posteriores de un acuerdo tal son tremendas, basta con recordar lo que los socialistas vivimos entre 2004 y 2011, y la dificultad de alcanzar mayorías para legislar. Esto, sin tener en cuenta que entonces teníamos en torno a los 160 diputados en la Cámara, es decir, 70 más que ahora.

Por último, con una probabilidad cercana al 100%, no se logrará una suma de votos a partir de esta amalgama de partidos. Entonces sería el momento del debate aplazado, de dirimir responsabilidades y de encarar el futuro. También sería el momento de la generosidad política de la que debe hacer gala un líder y abrir el camino para nuevos nombres en un tiempo nuevo. La Dirección del Partido Socialista debería afrontar su obligación, hoy aplazada.

Algunos veteranos en política bromean diciendo que la tendencia de cualquier dirección política es la permanencia en el poder de su organización. Sin embargo, en momentos difíciles –en los que nos jugamos el patrimonio político heredado del valor, el acierto y el sufrimiento de muchos que nos han precedido–, no es hora de pensar en lo que más le interesa a la dirección y sí en lo que más le interesa al partido como organización necesaria para que España tenga un futuro mejor.

La política no es algo estático, muy al contrario, es dinámica. Las situaciones, soluciones y acuerdos cambian en función de las diversas coyunturas, pero hay algo que es inamovible: los principios y valores políticos. Cuando estos valores se transgreden, la política sencillamente se convierte en un fraude a la sociedad. Esto también lo tienen meridianamente claro mis colegas profesores de la Universidad.