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Abiertos y porosos
Frente al salvajismo propio del terrorismo yihadista, es habitual reivindicar la racionalidad ilustrada de Occidente: Occidente como símbolo de libertad, de tolerancia, de progreso, de diversidad, de ciencia o de igualdad jurídica. Occidente, en suma, como símbolo de sociedad abierta. Pero las sociedades abiertas sufren de una desventaja frente a las sociedades cerradas que algunos de sus presuntos defensores no están dispuestos a aceptar: son también sociedades porosas. La libertad de expresión permite difundir ideas contrarias a la sociedad abierta; la libertad de reunión permite el encuentro confabulatorio de los enemigos de la libertad; la presunción de inocencia conlleva liberar a muchos criminales cuya culpabilidad no pueda demostrarse suficientemente; la no intervención de las comunicaciones da pie a que los delincuentes puedan dialogar sin control policial; la libertad de movimientos facilita que los malhechores se desplacen allí donde les resulta más fácil o conveniente atentar; la libertad religiosa ampara la vivencia y la prédica de doctrinas abiertamente liberticidas; y la libertad comercial reconoce el derecho a comprar y vender mercancías que podrían terminar empleándose para delinquir. Todos estos derechos constituyen los pilares de cualquier sociedad abierta: sin ellos, los individuos se convertirían en meros siervos de aquellos capaces de organizar más brutalmente el uso de la violencia. Pero, a su vez, tales derechos también constituyen los agujeros institucionales que aprovechan los terroristas. Ante ello, caben dos respuestas: mejorar la eficiencia de nuestros sistemas de seguridad dentro de los límites estrictos marcados por las libertades que caracterizan la sociedad abierta; o anteponer la eficacia de los sistemas de seguridad aun a costa de socavar los principios de una sociedad abierta. Un sistema totalitario como el de Corea del Norte siempre estará mejor preparado para combatir el yihadismo que una sociedad abierta como la europea o estadounidense: cuando el Estado policial lo controla todo, los espacios conspiratorios se reducen a su mínima expresión. Renunciar a la sociedad abierta para derrotar al yihadismo sólo supondría rendirnos. La sociedad abierta siempre será más porosa que las sociedades cerradas, pero combatir tales poros cerrándonos a cal y canto sería tanto como renunciar a lo mejor que nos ha legado Occidente, que es justo lo que aborrece el yihadismo.
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