Cristina López Schlichting
Abren la tumba de Cristo
Doscientos años hacía que no se abría el Santo Sepulcro de Jerusalén. Es difícil ponerse en el emocionante lugar de los escasos testigos –50 científicos y monjes– que el pasado 26 de octubre tuvieron el privilegio de asistir a la histórica retirada de la losa de mármol. Apenas 60 horas, hasta la noche del 28 de octubre, permaneció accesible el hueco. ¿Por qué tanto cuidado? La Iglesia ha sido siempre conservadora con los Santos Lugares. La prioridad a través de los siglos ha sido custodiar la memoria más exacta posible de los hechos. Los edificios de Tierra Santa no suelen ser hermosos sino útiles.
Por fin un equipo de la Universidad Técnica de Atenas, encabezado por la profesora Antonia Moropoulou, ha emprendido la restauración del templete que –dentro de la iglesia del Santo Sepulcro– protege la tumba. Los mármoles y coberturas de las distintas épocas se superponen y llevará un tiempo limpiarlos y arreglarlos, pero indudablemente el mayor interés lo despierta lo que no vemos los peregrinos y que apenas ha sido expuesto esos dos días cruciales, el interior del sepulcro. Se ha filmado todo y se han recogido muestras, que serán sometidas a dataciones y pruebas. La mejor noticia es que se abrirá una pequeña ventana de cristal en el lateral, que permitirá contemplar la roca original. Fray Enrique Bermejo, franciscano de Cantalapiedra (Salamanca), me ha relatado el momento en que, cámara en mano y subido a un andamio, fotografió para la Custodia de Tierra Santa la retirada de la losa protectora de mármol. Apareció primero una gran cantidad de material de relleno, caliza deslavazada, que hubo que limpiar a lo largo de la noche. Después surgió una segunda lápida, de la que se conservaban testimonios escritos y que al parecer data del tiempo de las cruzadas. Tiene una pequeña cruz. Finalmente se pudo por fin ver «una especie de mesa de piedra caliza, con un rebaje de un centímetro, para colocar el cuerpo». Un banco de un metro setenta de largo, que es parte de la pequeña gruta que José de Arimatea había mandado excavar para sí mismo en la montaña. Fariseo converso al cristianismo, hombre rico, entregó el regalo a la muerte de Cristo. Un recinto al que se accedía corriendo una piedra redonda en la entrada –se conservan tres de estas piedras en Jerusalén–. Dice la Escritura que cuando las mujeres llegaron, el domingo, la piedra –muy pesada– estaba movida y que Jesús no estaba. La ubicación no ha cambiado desde el origen. Sigue donde la encontraron los obreros de Constantino en el 326, al excavar bajo el templo de Afrodita del emperador Adriano, que había intentado borrar así la memoria del lugar. Se edificó entonces una Iglesia y, con el tiempo, se recubrió el sepulcro para protegerlo del constante paso de peregrinos. Ahora ha sido recorrido por primera vez por las cámaras del National Geographic. Allí empezó todo y los cristianos de Jerusalén nunca lo olvidaron. Un espacio que sigue conmoviendo.
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