Alfonso Rojo
Adivina quién viene
En el celuloide, la pregunta era «Adivina quién viene a cenar esta noche». En el original, a diferencia de lo que pasa en la película de Spencer Tracy y Katharine Hepburn ,es que no viene uno, sino cientos de millones y no llegan para cenar, sino para quedarse entre nosotros. Estoy hablando de emigración y de lo que se avecina a esta Europa opulenta, cómoda y adocenada donde habitamos los privilegiados de la Tierra. La fórmula infalible para convertir un problema en una catástrofe consiste en ignorarlo y tengo la impresión de que por desidia, ignorancia o simple cálculo cerramos los ojos frente al mayor reto al que se enfrenta nuestra Civilización. Para hacerse una idea de la magnitud del desafío basta echar un vistazo al mapa y repasar las cifras. La Unión Europea, que es uno de los escasos rincones del mundo donde se respetan los derechos humanos, funciona a todo trapo el «Estado del Bienestar», no se deja reventar al menesteroso y se puede pasear por la calle con tranquilidad, alberga en estos momentos unos 500 millones de personas, menos del 15% de la población mundial. Con nuestros índices de natalidad, en 2050 seguiremos siendo 500 millones, de los que el 40% estarán en eso que piadosamente se denomina «tercera edad». En esa misma fecha, dentro de sólo 30 años, Nigeria tendrá 400 millones de habitantes, el Congo pasará de 200, Etiopía andará por 170, Camerún tendrá más de 50 y así todos, desde Egipto a Guinea y desde Tánger a Ciudad del Cabo. Antes de que concluya este siglo, África superará a Asia en población y no da la impresión de que esa explosión demográfica vaya a ir acompañada de fenómenos como el boom comercial chino, la eclosión educacional india, el desarrollo tecnológico japonés o la industrialización coreana. ¿Hablaremos del este africano como se habló del sudeste asiático? ¿Nigeria será la China negra? ¿Evolucionarán los gobiernos de la zona y se adaptarán al crecimiento, olvidando su proclividad al tribalismo, el robo, la injusticia, la corrupción y el despilfarro? ¿Tienen capacidad la ONU y voluntad y espíritu de sacrificio las potencias occidentales para impulsarles por ese camino? No, y parece evidente hacia dónde mirarán y querrán ir esos cientos de millones de desventurados, a los que su continente no ofrece esperanza alguna y ven cada día pedazos del «paraíso europeo» en sus móviles y televisores. Los miles que ahora cruzan a pie el desierto para intentar saltar la valla de Melilla o subirse a un bote con la ilusión de poner pie en Italia, son sólo un magra y doliente avanzadilla.
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