María José Navarro

#adoptanocompres

La Razón
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Perry Mason, mi perrillo adoptado, cumple hoy en mi casa doce días. Aún no se ha acostumbrado a los sitios cerrados, camina descoordinado, se enreda con la cuerda, cruza sin tener en cuenta los coches, se va con todo el mundo, no trae la pelota, come sin control, me ha roto varias zapatillas de estar por casa, me ha destrozado facturas, los bastoncillos de las orejas, unos cuantos adornos, las gomas del pelo, un cepillo, varios rollos de papel higiénico, ha mordido la pata del sofá, lleva en la boca normalmente un boli, tengo los brazos como si se me hubiera aparecido la Virgen y me hubiera provocado estigmas y lanza ventosidades sin pudor ninguno. Le huele un poquito la boca, no mastica, se mete todo lo que encuentra en la calle, ha marcado ya a un perro, tiene una heridita en sus partes y no se acostumbra al collar contra las garrapatas. Se lanza al césped y se reboza, bebe agua de los charcos, me tira a la cara el arroz blanco y los macarrones (que me aconsejó la veterinaria para variar la dieta estricta a pienso), baña a sus muñecos en el bol del agua y luego los pasea por toda la casa, se sube al sofá, no me deja almorzar tranquila, ni cenar, se sube a la mesa de la tele, ha chupado mi café con leche por las mañanas y aún se hace sus cositas en casa. Las hace también en la calle, ojo, pero gusta de llegar a mi salón después de un paseo largo y hacer pis. Y mientras lo hace me mira con cara de «joder, qué susto, casi me orino en la calle». Ronca, engulle compulsivamente, me tiene los brazos como acericos, sangra por los colmillos, tiene una heridita en su colita, es atolondrado, no mide la distancia exacta del sofá y se pega contra el suelo unos morrazos impresionantes. Se ha comido el cable de la wifi, me chupetea las gafas, tiene legañas, y ladra como un demonio cuando me voy para regocijo de mis vecinos. Tiene cuatro meses y lleva doce días en mi casa. Y ya no podría vivir sin su preciosa cara, sin su mirada por las mañanas, sin sus patitas tratando de tocarme para sentirse tranquilo, sin su falta de complejos, sin su falta de memoria y su indisciplina, sin su felicidad y el caos que ha logrado en mi vida. Quien lo probó lo sabe. Anímense.