Pedro Alberto Cruz Sánchez
Álvaro Delgado, síntesis perfecta
Desde el final de la Guerra Civil hasta la aparición de los informalismos a fines de los 50, el arte español asiste a una reconstrucción lenta y silenciosa, expresada en lo que podríamos denominar como «modernidad transitiva» –esto es, un tipo de estética que, de un lado, rompía abiertamente con el academicismo oficial, pero, de otro, planteaba un fructífero y renovado diálogo con la tradición, con la que jamás pretendió romper definitivamente. Tanto la Escuela de Vallecas como la inmediatamente posterior Escuela de Madrid encauzaron esta vanguardia moderada tan característicamente española, entre cuyos componentes Álvaro Delgado sobresalió como un líder nato y una referencia indiscutible. Los paisajes, bodegones y los numerosos retratos que jalonan la obra de Delgado constituyen una síntesis perfecta y de muchos quilates de las grandes referencias estéticas que marcaron el arte de posguerra español: Solana, Vázquez Díaz, Benjamín Palencia y Pancho Cossío. El brillante equilibrio entre la figuración, el expresionismo y el cubismo sintético picassiano se reformula en la obra de Álvaro Delgado en la forma de un estilo telúrico, eminentemente castellano, que aborda, en cada ocasión, la representación cruda de una materia insobornable, esencial. Su muerte, a los 93 años, el pasado 3 de enero, supone la desaparición de uno de los principales representantes de la modernidad española más autóctona e incomparable. Habida cuenta de la falta de agresividad de sus propuestas, así como de la excesiva localización del contexto generacional en el que desarrolló su obra –Madrid–, se trata de un autor y de un periodo no suficientemente estudiados, y sobre los que todavía faltan relatos solventes capaces de objetivar un repertorio de novedades, demasiado sutiles en comparación con el estrépito de las vanguardias internacionales. La valoración adecuada de una trayectoria como la de Álvaro Delgado requiere de un ejercicio de readaptación de las rígidas categorías estéticas que rigen el estudio del arte del siglo XX, y que resultan a todas luces insuficientes cuando se trata de abordar un corpus tan inasible y específico como el suyo.
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