Ángela Vallvey

Apócrifos

La Razón
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Nos desenvolvemos, como nunca, en un piélago de engaños. Unos importantes, otros absurdos e insignificantes, pero igualmente tóxicos. «Fake news», noticias falsas generadas usando Google y Facebook, «alternative facts», «bots» productores de bulos que corren como la pólvora en internet, confundiendo a todo el mundo... El fondo es el mismo: manipular a una sociedad que cree estar bien informada, pero suele ser pasto de la mentira emocional que ejerce de herramienta propagandística y produce agitación sentimental, infantilización de la opinión pública, efusiones comunicativas cuyo resultado es un aumento de la confusión... La desorientación se ha convertido en un termómetro del clima social. Bajo el guirigay ambiguo de la mentira, se está pergeñando un lienzo borroso de posrealidad que impide a los ciudadanos tener referencias sólidas. Hay muy pocos prescriptores que ofrezcan luz sobre la zozobra de los usuarios, que se encuentran a merced de noticias dudosas, a menudo ridículas, pero muy «posteadas» y con alto «engagement» (interacción). Google y Facebook deciden algorítmicamente qué conocemos y qué no. Un algoritmo que busca acumular pinchazos (aunque luego nadie lea su contenido) está (mal)formando a los jóvenes, y decidiendo la orientación incluso política de ciudadanos de cualquier edad. Blogueros e «influencers» surgieron en la web, la red de redes, la gran telaraña mundial (World Wide Web, www, qué nombre tan apropiado), respondiendo a la demanda civil de guías, postes de señalización, señales de tráfico ético, en un mare magnum virtual que propicia una disminución de la actividad de la conciencia. El individuo que se sumerge en la telaraña, o la tele-araña, tendrá que luchar contra la alucinación, el estupor y el aturdimiento que suscita un medio desordenado. Estamos llegando a un punto en que lo apócrifo, la falsificación, la imitación y lo adulterado, reinan, y sobre todo imperan, por encima de lo real. Ejemplo: la cantidad de sandeces que ruedan por ahí supuestamente dichas por sabios, y que han salido de la mente consumida de cualquier chalado, son incontables. No es imposible, pues, que el delirio acabe adueñándose de nuestra identidad. Lo que se está viendo afectado es nuestro juicio, la capacidad para prestar atención y discernir lo ilusorio de lo que no lo es, la habilidad para ubicar las cosas, las personas y los acontecimientos, correctamente en tiempo y lugar. La facultad de negarnos a ser manejable carne de cañón.