Martín Prieto

Armas de mujer

La celebración del día internacional de la mujer puede inducir a la melancolía o hasta a la tristeza maligna. Desde la Revolución Francesa la derrama de derechos humanos ha afectado a las mujeres en forma lenta y rácana y antes llegó la conciencia universal sobre la abominable esclavitud o la descolonización en África y Asia que la equiparación jurídica dentro de la misma especie, por encima de la diferencia de género. No es una «boutade» feminista el que la mujer ha llegado a ser una colonia del varón. La liberación sustancial de las mujeres se dio hace solo un siglo y no llegó de la mano de la política, la jurisprudencia, la sociología o el mero humanismo, sino de la ginecología y la farmacopea. El sufragismo hubiera acabado varado en otro formulismo sin el vertiginoso avance de la higiene sexual femenina. Hoy un apéndice de Naciones Unidas como la Oficina Internacional del Trabajo cifra en un 17% la brecha salarial española entre géneros. Eso no se cierra con un esfuerzo legislativo o un simple decreto ley, sino con el funcionamiento ordinario de la inspección de trabajo. Pero ninguna fuerza política toma en serio el mandato constituyente contra la discriminación. Aducen los economistas que la equiparación aumentaría los costes laborales, argumento perverso que sugiere la bondad de que haya trabajadores masculinos de primera, segunda y tercera. Mientras no se cumpla el principio elemental de que a trabajo igual, salario igual, el feminismo permanecerá en un cuello de botella del que solo salen extravagancias como las despechadas «Femme» nacidas (tenía que ser ) en la destartalada Ucrania. El palurdo lenguaje políticamente correcto (ciudadanos/ciudadanas/ jóvenes y jóvenas) ha convertido una atroz segregación en la especie humana en un rifirrafe de sexos cuando los problemas de las mujeres son los de los hombres. Será buena noticia la desaparición del día de la mujer y de ese aserto machista de que las chicas son unos chicos muy raros.