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María José Navarro

Ascensos

Thomas Fleedwood es el propietario de un hotel alpino en Suecia que ha cerrado durante unos días para hacer reformas. El bueno de Thomas se quedó sólo un rato en medio de las obras y decidió tomar el ascensor. Mientras bajaba desde el quinto piso, el elevador se paró. No había nadie alrededor, no tenía el móvil encima. Mecachentó. Cuatro días después le encontraron, sano, salvo. Cuatro días solo, sin móvil y, lo que es para sospechar, sin que nadie le echara en falta. Ha contado Thomas que pudo sobrevivir gracias a su entrenamiento militar y a su afán por darle vueltas a planes agradables. Cuatro días sin hablar con nadie, cuatro días muerto de asco, cuatro días eternos en un ascensor, uno de los inventos más endiablados del hombre moderno. Servidora se quedó una vez encerrada en uno de esos aparatos en la inauguración del Hospital de Hellín (bellísima provincia de Albacete) con el entonces ministro de Sanidad Julián García Vargas. Para aprovechar el rato le hice una entrevista. Eso me hizo olvidar mi claustrofobia heredada de mi madre, y de mis tías, que aun así –ya saben cómo son estas cosas–, montan continuamente en ascensor. Una vez, en un montacargas para cuatro, se metieron mi madre, mis dos tías, sus dos maridos, una prima mía y mi perro Ayala, el único que no hizo el ridículo. Mi madre, después de hacer un tetris con sus familiares, consiguió quitarse un zueco y la emprendió a porrazos con la puerta. Rompió el ascensor, rompió el zueco y cuando llegaron los bomberos mi tía se echó en los brazos del cuerpo sin darse cuenta de que había perdido la falda. PD: Perdonen, pero hoy tocaba cualquier cosa menos EPA.

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