Alfonso Ussía
Asnal grosería
En la apoteosis del caos que se había adueñado del gamberro Parlamento de Cataluña, los representantes del PP, PSC y Ciudadanos abandonaron el recinto. Los del PP desplegaron sobre sus escaños banderas de España y Señeras limpias, sin triángulos ni estrellas castristas. Entonces apareció la afanosa albóndiga. Ascendió con notorio esfuerzo por las escaleras y retiró de los escaños que no representan a su partido estalinista –Podemos–, las banderas de España. Se tomó muchas confianzas la presumible mujer. Hasta Pablo Iglesias, que ha reconocido su aversión y asco hacia la Bandera de todos, recomendó a la albóndiga de su partido que se disculpara por su acción. Pero ella rechazó la recomendación con una lección histórica: «He retirado las banderas de España porque fueron impuestas por las armas. Y he dejado las catalanas en su sitio». Es decir, que retiró la consecuencia y mantuvo el origen.
También recordó a la bandera republicana, con ese morado que sus creadores confundieron con el carmesí de Castilla, que es el color que impera –por poner un ejemplo de sencillo entendimiento y fácil comprobación–, en el guión del Rey Felipe VI. Esa bandera efímera y causante de tantos desencuentros fue un invento desagradable de la Segunda República, porque la primera se limitó a cambiar la Corona Real por la Mural del escudo, manteniendo los colores históricos. Pero la albóndiga es bastante burra o ha leído poco.
La Bandera de España fue diseñada por Carlos III para su Armada en 1785. Previamente, se usaba la bandera blanca con la Cruz de Borgoña aspeada. Los ingleses lucían en sus barcos el pabellón blanco con la cruz roja completa, formando cuatro cuarteles. Y los franceses la blanca con las flores de lis azules. Para evitar confusiones en la mar con vientos calmos, Carlos III, inspirándose en los colores de la Señera del Reino de Aragón, que era la misma Señera del Principado de Cataluña, el Condado de Barcelona y el Señorío de Balaguer –títulos que corresponden a los Reyes de España–, encomendó a don Antonio Valdés la composición del nuevo pabellón de la Armada. Y en 1785, los buques de guerra españoles la adoptaron como suya, y en 1786, los barcos de España que navegaban en el Atlántico, el Caribe y el Pacífico de nuestras Américas, los mares del sur y el índico de Filipinas. Pocos años más tarde, se estableció como Bandera Nacional, sin necesidad de imponerla por las armas. Originada en la Señera del Reino de Aragón, nuestra Bandera ha cumplido 232 años de vida y vigencia, mientras que la otra, la que la albóndiga dice amar y respetar, fue trapo resentido durante 8 años, y sólo –durante la Guerra–, representó a una parte de España en los tres de la confrontación. En la España republicana, a partir de 1934, año en el que se produjo el Golpe de Estado contra la República por el Frente Popular, la bandera que se respetaba y prevalecía sobre el resto fue la roja con la hoz y el martillo de la Unión Soviética.
Las asnal gosería de la presumible mujer de Podemos se puede curar con una tarde dedicada a la lectura. Simultáneamente, la agresora de iglesias católicas Rita Maestre, la pija superpija del Ayuntamiento de Madrid, ha manifestado que la Jura de la Bandera equivale a retroceder hacia la España rancia y retrógrada. Desear la muerte a los católicos como en 1936, es una muestra, al contrario, de modernismo y progresía.
La Jura de Bandera no es un acto simbólico, aunque el símbolo fundamental sea el protagonista. Se jura o se promete lealtad, fidelidad y pleno compromiso de defender la Bandera al precio de la misma muerte. Los hay que han jurado su lealtad a la Bandera como un mero trámite. Pero la mayoría de los que la hemos besado, en nuestro Servicio Militar o en los actos de Jura para civiles, lo hicimos a conciencia. No juramos lealtad al escudo, sino a la Bandera. No existe la Jura de Escudo. Y no toleramos que sea despreciada, vejada, humillada y pisoteada por nadie. Ni por un energúmeno, ni por una albóndiga inculta y reconcorosa.
En momentos de tribulación, nuestra Bandera nos protege porque se sabe protegida por quienes juramos defenderla. Su origen es la Señera. Y a cuento viene recordar las palabras de uno de los grandes héroes de nuestra Historia, el vasco pasaitarra don Blas de Lezo Olavarrieta, el medio hombre, el vencedor ante la imponente escuadra al mando del Almirante Vernon en Cartagena de Indias, el tuerto, manco y cojo que combatió en el sitio de Barcelona por su Rey Felipe V contra los partidarios del Archiduque Carlos en la guerra de Sucesión, guerra monárquica y española. Dijo don Blas: «Una nación no se pierde porque unos la ataquen, sino porque quienes la aman no la defienden».
También le conviene a la albóndiga asnal leer un poco de aquella guerra, de Felipe V, del duque de Berwick, del Archiduque Carlos , y de aquel gran monárquico español que fue el abogado catalán Rafael Casanova.
Cuidadito con nuestra Bandera, burra Martínez.
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