Martín Prieto
Ataque de malaria
La malaria, paludismo, fiebre amarilla, dengue, es la gran guadaña de la Humanidad, y se data al menos en 1.600 años A.C. Recluida en el legajo de las enefermedades tropicales, los occidentales solo recordamos que el Emperador Carlos V murió de ella, siendo Yuste zona palúdica. El macho del mosquito falciparum es inocuo, pero la hembra, al picar, hace su puesta en la sangre y las huevas anidan en los glóbulos rojos reventándolos y produciendo fiebres insuperables, friolencias glaciares y temblores incontrolables. Si no te matan, las huevas quedan durmientes hasta 50 años, volviendo recurrentemente a su actvidad destructiva aprovechando una disminución del sistema inmunitario o una simple fatiga general. La malaria es oportunista y se instala de por vida impidiendo la donación de órganos por el paciente. Manejaba por la transamazónica (por mal nombre la transamargura dado que está devorada por la selva y su piso de ripio prensado se hunde tras cualquier aguacero) y me fallaban las fuerzas para meter las marchas. Al llegar a mi hotel de Brasilia no pude levantar mi máquina portátil y hubieron de ayudarme a subir a la habitación. Abrí los placard y arramplé con todas las frazadas sepultándome bajo ellas. Una barra de hielo seco, quemante, se encastró en mi columna vertebral y comencé a delirar sintiéndome en la cámara mortuoria de una pirámide maya ante la estatua de piedra y una inescrutable diosa del más allá. Creyendo que el frío me mataría permanecí dos días aplastado por las mantas y ropajes orinándome encima dándome el placer de un poco de calor. Cuando reuní algunas fuerzas contraté un vuelo atroz Brasilia-Río de Janeiro- Sao Paulo-Montevideo-Buenos Aires, y sin cambiarme la ropa meada dejé atrás la máquina y la valija. Entrando al fin en casa la doctora miró mis ojos con las pupilas rabiosamente amarillas como dos medios huevos duros. Dijo: «Malaria». Me enterró en un camastro, subió la calefacción al tope y llamó de urgencias a dos infectólogos que me mantuvieron días a dieta de quinina, esa sustancia que los inteligentes ingleses echaban preventivamente a sus tónicas. No se ha dado el relieve merecido al Nobel de Medicina concedido este año a la doctora china Tu Youyou, de entre la docena de mujeres que han obtenido el galardón. Su aportación a la humanidad es un fármaco que no sólo destruye la malaria sino sus remezones periódicos a lo largo de la vida. La muerte de las huevas de los falciparum propiciada por Tu Youyou ha escrito el último capítulo de una pesadilla de neandertales.
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