Enrique López
Atrapados en la historia
Ayer se celebró de nuevo la Diada catalana, Día de Cataluña, donde además de reivindicar la independencia del territorio catalán, se conmemora la caída de Barcelona en manos de las tropas borbónicas en la Guerra de Sucesión Española el 11 de septiembre de 1714, o sea, una derrota. Las instituciones catalanas del momento eran partidarias del Archiduque Carlos y no de Felipe V, y quizá de tanto ardor monárquico surgió el republicanismo catalán. Recordemos que en ese momento histórico se vivieron sucesos realmente curiosos como el hecho de que una columna de aguerridos soldados catalanes participaron junto a los ingleses al mando de Mambrú –el de la famosa canción de «Mambrú se fue a la guerra», que en realidad era John Churchill, duque de Marlborough–, en la defensa de Gibraltar contra las tropas españolas, denominándoseles «héroes catalanes». En definitiva, un sinfín de anécdotas que nos han traído hasta el año 2016 celebrando semejante efeméride que tiene como objetivo desmembrar la Nación Española. Eso sí, en algo hemos mejorado: antes esto se discutía en los campos de batalla, ahora tan solo se acude a la ilegalidad constitucional y al frentismo institucional. Pero mientras tanto seguimos malgastando tiempo, medios y esfuerzos en semejantes batallas. Hay que reconocer que seguimos en eso que Ortega denominó el problema catalán, que nunca va a encontrar solución, y con el que hay que convivir. En un mundo como el actual, cada vez más pequeño, y donde los problemas ya no son regionales, sino mundiales, hay que reconocer que fenómenos como el del independentismo catalán, quebequés o escocés son procesos febriles que hay que conllevar con paciencia y con cierto grado de molestia y perplejidad al comparar los problemas a los que se enfrenta el mundo en estos momentos con estas cuestiones. La única solución a estos fenómenos es el sentido común y el consenso entre las fuerzas políticas que creen en España, y que esperamos, a pesar de algunas veleidades, fruto de la presión electoral, siga siendo así y no empecemos a jugar con conceptos como el de nación política. Reformar la Constitución es algo en sí mismo positivo si es para mejorar y reforzar su naturaleza y vocación de ser un instrumento de consenso y unión, y no lo contrario. En esta línea argumental, no es una buena noticia presentar la Constitución como un problema en sí mismo y precisamente como la causa del problema catalán, porque esto es mostrar debilidad institucional frente a la sinrazón de unos políticos que anteponen sus ansias personales a los reales intereses de un pueblo al que se le ha generado una necesidad que no es tal. Mientras tanto, estos políticos se desocupan de sus obligaciones de gobierno despreciando las reales necesidades de la gente. Decía Einstein que «el nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad», y razón no le faltaba. En un mundo en el que los estados constituidos caminan hacia federaciones, y se empeñan en buscar lo común como base de la unión, los nacionalismos que se dan en España son frivolidades que, sin llegar a la calificación del científico, se acercan.
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