Pilar Ferrer
Bajo una lupa excesiva
Era un día señalado, 24 de julio, y la familia Aznar estaba al completo. En su casa a las afueras de Madrid, antes de pasar unos días en la que hace tiempo compraron en Marbella, Ana Botella Serrano celebraba su sesenta cumpleaños. Como siempre, rodeada de los suyos, algo que siempre ha tenido a gala como hermana mayor de 13 hermanos. La llegada del sexto nieto, nuevo hijo del primogénito, José María Aznar Botella, llenaba de gozo al ex presidente del Gobierno y a su esposa. Ese día, la alcaldesa ya tenía clara su decisión y, tras consultarla con su marido, se la había comunicado al propio Mariano Rajoy unas semanas antes. En persona y en una reunión muy discreta que sólo unos pocos conocían. Rajoy se marchó de vacaciones sabiendo de esta renuncia y mostró su absoluto respeto hacia la primera edil madrileña. Según fuentes de Moncloa, jamás habría movido un dedo para apartarla de la carrera si ella no lo hubiera querido.
Pero las dentelladas últimas eran muy fuertes, sobre todo desde Génova 13, donde las filtraciones contra su gestión, encuestas aireadas y conspiraciones varias situaban a la alcaldesa en una posición cada vez más difícil. «La han tirado a degüello y dejado sola en todo», aseguran en su entorno de confianza. Por el contrario, otras fuentes del PP madrileño critican su labor y, sobre todo, la fragilidad de su equipo de Gobierno. Situada al frente del poderoso Ayuntamiento de Madrid por el inefable Alberto Ruiz-Gallardón, poco a poco fue quitándose de encima a los «gallardonistas» puros, a pesar de mantener la gran lealtad de dos hombres clave en la anterior etapa: Manuel Cobo y José Manuel Berzal. El primero, auténtico número dos del Ayuntamiento durante muchos años, trabaja ahora en Génova como mano derecha de Javier Arenas. El segundo sigue como concejal de Latina en el Consistorio y conoce como nadie los distritos y entresijos de la capital.
Cobo y Berzal fueron de los pocos que expresaron todo su apoyo a Botella ante el asunto más doloroso de su gestión: el «caso Madrid Arena». La terrible tragedia que se llevó por delante la vida de unas adolescentes, la salida de otros dos hombres clave en el equipo de Gallardón –Miguel Ángel Villanueva y Pedro Calvo–, y que marco el inicio de un camino de desdichas para la alcaldesa. «El Madrid Arena fue el inicio de su declive», aseguran en la sede nacional del PP. Al tiempo, en la organización madrileña, todo empezó a ir cuesta abajo, con dimisiones sucesivas de concejales como Antonio de Guindos o Fernando Villalonga, el fiasco de la candidatura olímpica, hasta dejar la Alcaldía en manos de tres personas: Diego San Juanbenito, Concepción Dancausa y Enrique Núñez. Una «troika» de incondicionales, pero muy criticados en el partido por la gestión en sus respectivas áreas municipales.
Nadie duda de que Ana Botella ha sido examinada con lupa excesiva desde su llegada a la Casa de la Villa, observada y envidiada por ser la esposa de José María Aznar. «Se la ha vigilado y exigido más que a nadie. Alberto siempre fue de rositas y a ella le tocaron todas las espinas», sentencia un veterano dirigente madrileño. Frente a las críticas, todos destacan algo muy importante en su haber: mitigar la enorme deuda dejada por Ruiz-Gallardón y sanear las arcas públicas del Consistorio. «Alberto tenía bula y a Ana le tocó la penitencia», reconocen en el seno del PP madrileño. No obstante, su salida era un secreto a voces en las últimas semanas, ante los malos augurios de su candidatura electoral. Sin embargo, todos coinciden en que Ana Botella ha sido una trabajadora incansable, dedicada por completo al Ayuntamiento. Y sobre todo, «una gran señora», añaden estas fuentes.
En la última recepción del 2 de Mayo, celebrada en la Real Casa de Correos, la propia Ana Botella nos lo comentaba a un grupo de periodistas: «Cuando ya se han sido tantas cosas, sólo queda la familia», nos dijo en una conversación privada ante el asedio sobre su futuro. Muy cierto. Desde sus inicios en la Junta de Castilla y León, su carrera de primera dama fue vertiginosa. Pero nunca, ni siquiera en La Moncloa, se resignó a ser «Señora de». Su teléfono, su agenda, siempre estuvieron abiertos para cuantos la llamaban. Mujer inteligente, astuta y extrovertida, fue una especie de mujer-guía en la política y en su familia. Cubriendo, con su carácter abierto, afable y nunca con una mala voz, las lagunas del de su marido, un Aznar seco, introvertido y tímido hasta el extremo.
Es la suya una historia de mujer fuerte, admirada y denostada, a la que se ha exigido mucho más que a otros por ser quien es. Recuerdo ahora la noche del 19 de abril de 1995, horas después del atentado etarra sufrido por José María Aznar. En la Clínica Rúber de Madrid, estábamos unos cuantos, entre ellos Rodrigo Rato, Juan José Lucas, Carlos Argos, Mariano Rajoy y esta periodista. En la habitación, Aznar veía ya relajado un partido de baloncesto y en el vestíbulo, Ana Botella nos despidió con esta frase: «Ya veis, mañana como si nada, nos quieren dar esta noche una pastilla para dormir, pero no la vamos a necesitar». Es la mejor prueba de una dama que lo ha vivido todo en política, entre halagos inusitados y pelotas varios que ahora la critican en voz baja. Pero tengo para mí que Ana Botella Serrano no cierra en absoluto una etapa, sino que abre otra. Ya se verá.
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