Paloma Pedrero
«Bodas de sangre»
Ayer vi la obra en el Teatro Tribueñe, me impresionó. Lorca era original e iba al fondo de las pasiones humanas. Lo hacía con ese don suyo de ver lo que la vida esconde y condensarlo en un alto vuelo, don que sólo tienen los verdaderos poetas dramáticos. Irina Kouberskaya , nuestra directora rusa más lorquiana, ha puesto también su mirada única a estas Bodas. Una mirada de mujer que confía en que el mundo se puede transformar, en que a pesar de las mezquindades humanas, las hembras siguen viviendo para fecundar futuro. Para crear. Como en casi todas las obras de Lorca, ellas son las protagonistas. Porque Lorca era homosexual y sensible y se identificaba más con lo femenino de la tierra. Pero el poeta no tenía útero, ni sangre menstrual, que es la buena. Y, además, era muy joven cuando escribió este texto. Por eso Lorca finaliza sus Bodas en tragedia. Los dos hombres, Leonardo y el novio mueren en absurda pelea por la novia. Las hembras quedan destrozadas, sin hijo, sin amante, sin marido. Todo oscuridad y muerte. Pero Irina repara en ese bebé que llora. Leonardo tiene un hijito hermoso, intacto. Y en el cortejo fúnebre, la madre del novio, asesinado por Leonardo, mira al niño y se le transforma la rabia. Se le transforma en maternidad, en amor, en fuerza. Entonces, toma al niño en sus brazos y continúa caminando. Ese acto, esa mirada de Irina, mujer y madre, transforma la tragedia lorquiana en esperanza. Porque nos dice que somos tragedia y comedia , pena y humor, puros y manchados. Pero somos. Y podemos ser mucho mejor. Lorca, Irina y todo ese equipo lleno de luz nos lo cuentan en el escenario.
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