María José Navarro

«Burkini»

La Razón
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Vistos los kilos que me he encalomao este verano, estoy rumiando la posibilidad de reaparecer en las playas el año que viene enfundada en un «burkini». La verdad es que la primera vez que vi a una mujer con burka me impresionó tanto que me pegó un bajón de tensión que tuve que sentarme un rato en la acera y echarme agua en la nuca, pero lo del «burkini» lo veo un poco más llevadero. Quedan al aire pies, manos y rostro, aunque estoy pensando coserme una nueva versión casera que también me tape el careto, que es que tampoco lo tengo mono. Estoy siguiendo con interés estos días la prohibición de algunos ayuntamientos franceses a que las mujeres puedan acudir a darse un bañito en «burkini» por considerarlo una «manifestación ostentosa de adhesión a una religión en un momento en que Francia y los lugares de culto sufren atentados terroristas», de tal forma que aquellas a las que se les ha ocurrido hacer caso omiso a la ordenanza municipal han sido multadas y obligadas por la policía a quitarse la prenda y pagar treinta y ocho euros. Entendiendo la psicosis que se vive ahora en el país vecino, y comprendiendo que no está bien eso de saltarse a la torera las normas que impone un ayuntamiento, la medida me parece peligrosa. Primero, porque se estigmatiza a las mujeres musulmanas, a las que, por ejemplo, en la playa de Cannes, ya no se les permite ni llevar el pañuelo en la cabeza. Segundo, porque prohibirlo públicamente no va a servir de nada. Más bien al contrario: lleva camino de convertirse en un nuevo motivo para hacer más grande la distancia. Y en tercer lugar, porque corremos el riesgo de que, para vendernos seguridad, nuestros gobernantes acaben decidiendo cómo tenemos que vestir o si podemos lucir una cruz al cuello. Cuidao ahí.