Educación

Cambalache educativo

La Razón
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El profesor de Filosofía, solemne, se presentó con un latinajo a unos alumnos que todo lo desconocían de la materia, desde la etimología hasta el más elemental propósito pedagógico –enseñar a pensar– de su programa: «Prima non data et ultima dispensata», y dedicó esa hora a explicar el motivo por el que daría al final del curso un aprobado general. «He sufrido una intromisión lamentable en mis vacaciones. Mientras leía el periódico en la playa, una sombra se irguió ante mí preguntando con un hilo de voz: ‘¿Hegel entra en el examen?’ El verano próximo, ningún alumno suspenso va a venir a molestarme». El argumento de don Francisco, miembro del prestigioso cuerpo de catedráticos de instituto cuyo desmontaje fue el primer paso del PSOE para cargarse la educación pública, no era sino una humorada. No cateó a nadie, en efecto y como siempre, porque bastaba con asistir a sus clases para que en el estudiante germinase un incorruptible deseo de conocimiento, mucho más importante para la formación que memorizar párrafos de la Summa Theologiae. No recoge, por desgracia, esa tradición la Junta cuando prescribe la expedición del título de la ESO incluso a zoquetes que se auto-eximan de examinarse en septiembre. El propósito, del todo espurio, es desarmar intelectualmente a una –otra– generación con el fin de que los votantes sean ciborgs analfabetos incapaces de distinguir entre la molicie y el esfuerzo. «Todo es igual, nada es mejor. Igual un burro que un gran profesor (...) Da lo mismo el que labura noche y día como buey, que el que vive de los otros, el que mata que el cura...». La pesadilla que anunció Santos Discépolo en «Cambalache».