Alfonso Ussía

«Camina en Bellesa»

La Razón
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Se trataba de una de las primeras series, en blanco y negro que emitió la primera TVE. Un buceador, interpretado por Lloyd Bridges, que no paraba de trabajar en los fondos de La Florida. Había quedado con una mujer en el pantalán del puerto, y ésta se retrasó. En aquellos tiempos las películas venían dobladas desde Puerto Rico. Al fin llegó la mujer. Lloyd Bridges, a pesar de sus constantes inmersiones, fumaba. –¿Me has esperado mucho tiempo–; preguntó ella. Y Lloyd, que era un señor, le restó importancia al retraso. –No, cariño, apenas dos «sigarrillos». Se dirigieron al barco. Ella se adelantó unos pasos, y Lloyd Bridges, en un aparte, le comentó a su ayudante. «Es una distinguida dama que camina en “bellesa”». Después, lo de siempre. Ella, desobediente, se «lansó» al agua, él le advirtió de la «presensia» de tiburones, ella se asustó, y él, en compañía de su ayudante, lograron rescatarla de los dientes cuchilleros de los escualos. «‘‘Grasias’’ a vosotros podré volver con mi Papá a Sacramento». Un peliculón.

Lo de «es una distinguida dama que camina en “bellesa”» se me incrustó en la memoria. Y ahí se ha mantenido la preciosa oración durante toda mi vida. Pero no he podido aplicársela con tanta seguridad como Bridges a una mujer. Las mujeres, en España, se ponen unos zapatos con los tacones excesivamente altos, y ello impide que «caminen en “bellesa”». Bastante hacen con no caerse cada vez que bajan por unas escaleras. Pero de golpe, llega la «distinguida dama», inesperadamente, y la noche se convierte en día y cantan los ruiseñores.

Me apresuro a declararle mi amor, a sabiendas de su más que probable respuesta negativa. Se llama Anna Gabriel, y es la portavoz de la CUP en lo que queda del Parlamento de Cataluña. No lleva zapatos con tacones, sino «zapas» deportivas, y cuando acude desde su escaño hacia la tribuna, se mueve con una ligereza similar a la de Mascherano cuando persigue a un delanterio adversario. «Camina en bellesa». Es una mujer tan completa que no necesita ni peluqueros, ni modistas, ni asesores de imagen, ni colonias, ni perfumes. Para mí, que se presenta en el Parlamento de Cataluña con la misma ropa que ha dormido. Su pelo, negro como un teléfono de la posguerra, no precisa de un peluquero. Ella porta un peludo casquete tupido sobre el que sólo puede salir victoriosa una desbrozadora. ¿Qué criaturas habitarán en el interior de su compacto cabello? La curiosidad me puede.

Pero aún más que el casco velludo, que hubiera abierto heridas de envidia en el boscoso cuerpo del mismo Wilfredo el Velloso, Piloso o Pilós, lo que me ha enamorado de Anna Gabriel ha sido el conjunto, la distinción, la belleza natural sin pretensiones ni aditamentos, su renuncia a los complementos y adornos innecesarios. Ella es como es, sale como quiere, entra como gusta y «camina en bellesa». Entiendo que en el seno de la CUP surjan desavenencias y tiranteces por culpa de los celos.

Para colmo, la armonía del timbre de su voz, la melodía de sus palabras y el horizonte abierto de sus ideas, más que emocionar, arrullan. Eso sí, también puede tener algún defecto. No me la figuro durmiendo a un bebé mientras le entona una canción de cuna. No la veo haciendo cola en las puertas de un museo, y menos aún ocupando un palco en el Liceo con anterioridad a la segunda representación del «Trovador». No me la imagino encaramada a una escalera en una librería de Viejo en pos de una edición interesante. Pero el amor es así, que todo lo alivia y perdona.

Anna Gabriel. Eres la única mujer que puede presumir de «caminar en bellesa». Cuídame ese pelo y recibe mi ósculo.