Nueva York
Camp, kitsch y «trash»
Fue el hombre de los mil nombres. El hombre de las mil títulos y de las mil coproducciones. Un creador tan polifacético y supercurrante que mereció la Cruz al mérito en el trabajo que concedía Franco en los esforzados años 60. Su carrea como director comienza con dos películas en la onda de los cuplés de Sarita Montiel, «La reina del Tabarín» y «Vampiresas 1930» (1960), con una exuberante Mikaela que hubiera resultado la mejor vampira lésbica de su cine posterior. Un año después dirige la que será su primera cinta de terror, «La mano de un hombre muerto» y el mismo año «Gritos en la noche»(1962), ambas con Howard Vernon, suizo especializado en papeles de nazi malo y actor fetiche de Franco hasta «Jungle of Fear» (1993). El hecho de que fuera el Dr. Mabuse con Lang era pedigrí suficiente para que Franco viera en él su particular Boris Karloff, perfecto para interpretar al siniestro Dr. Orloff, un plagio nada encubierto de «Ojos sin rostro» (1960), de Franju, requetevisitado sin gracia por Almodóvar en «La piel que habito» (2012). Debería considerarse a como uno de los primeros directores posmodernos, pues nadie mejor que él supo trastocar los géneros y refundir los mitos populares con su frescura y descaro. No hubo monstruo del cine de terror que no fusilara, mezclara, renombrara o enfrentara para conseguir un cine de explotación de sexo y terror friqui admirado en todo el mundo. Comenzó como músico, escritor, guionista y actor. Compuso la música de «Cómicos» (1954), fue ayudante de dirección de Bardem en «Calle Mayor» (1956) y ayudante de segunda unidad con Welles en «Campanadas a medianoche» (1965). Como actor, es reseñable su actuación junto a Rafaela Aparicio y Tota Alba en el clásico de Fernán Gómez «El extraño viaje». Posiblemente, de sus 200 títulos, su mayor acierto sea «Miss Muerte» (1966), con guión de Jean-Claude Carrière, una de las cumbres del «eurotrash». Sin duda, Franco fue el pionero e indiscutido maestro del cine europeo macabro en el que el terror se funde sin pudor con el porno: vampiras lésbicas y perversos doctores nazis viven por primera vez una orgía terrorífica de sexo, sangre como nunca ante se había visto en el cine de serie Z. Si Ed Wood fue el peor director del mundo, Franco fue el más rápido y prolífico del mundo, llegó a rodar hasta 6 filmes al año. Nadie le puede quitar ese honor. Su fama rompió moldes y atravesó fronteras. Lo prueba la miríada de fans que fue cosechando, desde los años 60 hasta la actualidad, con filmes de ninfómanas asesinas, marquesas de Sade sedientas de sangre, perversas Dorianas Gray, viciosas carceleras nazis, oasis zombis y holocaustos caníbales desasosegantes. Las cumbres del cine «nasty» son «Sexo caníbal» (1980) y «Colegialas violadas» (1981). Un cine que mezcla violencia y sexualidad, pero, a medida que aumenta la producción, de forma desmañada y desagradable. Con toques mega truculentos que hacen las delicias de los amantes de las pelis de culto en donde priman los abusos y humillaciones en una macumba sexual. Coinciden todos sus admiradores friquis en su portentosa imaginación para piratear y deslumbrar con un cine de terror hecho con cuatro chavos, casi con descartes, al modo de Roger Corman. Su especialidad es la utilización de actrices megaexuberantes a las que coloca en situaciones aberrantes: cuando no son descuartizadas son canibalizadas sin tregua. Todo en el cine de Jess Franco tiene el regusto camp con destellos kitsch de la producción «trash» más ínfima y artesanal que pueda imaginarse. Megabasura de verdad, no sucedáneos esteticistas. Su forma de hacer porno «gore» raya en el insulto. «La matanza de Texas» resultaba de aficionados al lado de sus sexplosiones de violencia «splatter».
Su «screaming queen» y musa fue Lina Romay, con quien se casó en 2008. Murió el pasado mes de abril y el maestro, a sus 82 años, no ha podido superar el duelo. Recibió el Goya de Honor en 2009, un año después del homenaje de Nueva York, donde Corman le entregó el premio, coincidiendo con el estreno de «Killer Barbys» (1996).
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