El desafío independentista

Cantallops

La Razón
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Hemos leído espantados la denuncia del inspector Jordi Cantallops respecto al grave adoctrinamiento que viene dándose en los colegios de la extinta república grouchiana de Cataluña. Apenas unos días más tarde supimos que la Inspección local pretende expedientarlo por una «falta grave». Los aprendices de brujo, puntales necesarios de un proceso kafkiano, considerarían que Cantallops había difamado la imagen del servicio público. Tiene narices que con el independentismo resignado a concurrir a unas elecciones estrictamente autonómicas, groguis cual boxeadores camino de la enfermería e incapaces de mantener ni un día más el pulso con el que amenazaban con quemarlo todo, todavía puedan ejecutar, siquiera civilmente, a un hombre. Al tipo que, en contra de la hez identitaria y sus apologetas, batalla para evitar que a los escolares catalanes les grapen los sesos con las sucias lañas del odio. Cantallops es un héroe cívico. Un ejemplo de coraje. Un modelo de rectitud moral y decencia. Merece toda la gratitud de las gentes de este país, horrorizadas por los enredos de quienes a punto estuvieron de llevarse un 20% del PIB nacional a punta de urna chunga y vídeos trumpianos. Esto pasa por un 155 que llegó tarde, la apertura del expediente sería del 19 de octubre, y que no abarca cuanto debiera. Una paradoja que permite que mientras el Estado poda las principales cabezas de la hidra, sigan vivas en sus fraguas de bosta tanto las factorías indepes del pupitre como los monigotes de TV3 y Catalunya Ràdio, islotes de un adoctrinamiento 24/7 que va del catecismo xenófobo a las tertulias más alucinadas y de ahí a unas series en las que los españoles no catalanes ejercen de comparsas, entre casposos y falangistas, frente a las pintureras tropas rebeldes de los separatistas jedis. Así las cosas tampoco sorprende demasiado este «ataque frontal y totalitario (...) a la libertad de expresión y a la independencia y autonomía de la inspección de educación en Cataluña», por decirlo con la Unión Sindical de Inspectores de Educación (USIE), que alertó del escándalo. Según la USIE, cerca del 80% del cuerpo estaría formado «por inspectores accidentales, designados por procedimientos de selección que no siempre han contado con las suficientes garantías de igualdad, mérito y capacidad establecidas por los principios constitucionales». Una anomalía, otra, que mantiene a Cataluña entre el regreso a la normalidad democrática y el agujero negro en el que vivió sumida durante décadas. Cuando los golpistas con vocación de payaso posan para la historia vestidos de Napoleón en el psiquiátrico, mientras el ex presidente implora clemencia desde Bruselas con una performance vergonzosa, un hombre, un inspector, un tío, Jordi Cantallops, hizo frente a la maquinaria de centrifugar cerebros. Defendió a los niños en un tiempo de canallas. Quieren que pague su osadía. Compréndalo. No están acostumbrados al reproche. Son demasiados años de prender antorchas en las aulas y predicar sin pausa el sentimiento nacional. Hablamos de una tierra agusanada de fanáticos. Con las instituciones depuradas de elementos contrarios a un catecismo ante que el solo cabía elegir vasallaje o martirio. Hasta que Cantallops, y otros (pocos) justos, dijeron basta.