Queridos míos, esta es una carta personal, una correspondencia de sentimiento. Yo no soy un ser político, si como tal se entiende el jugar en este circo de poderes que sólo luchan por el dominio y olvidan lo esencial: hacer un mundo para el «ser» y no para el «tener». Yo no soy, ni he sido nunca de ningún partido político o de grupo alguno que quisiera convencerme de que hay un credo infalible.

Yo os escribo porque veo que algunos os estáis planteando seriamente la separación y, la verdad, lo siento. Me duele porque os vivo como gente de mi casa y de la vuestra.

Para mí, y creo que para todos los no nacionalistas de nada, lo importante es estar abierto, comprender, compartir, disfrutar de las diferencias, querer lo que no es igual porque amplía la mente y las miras.

Yo nací en un barrio madrileño, pero hace unos días estrené una obra en un teatro de Barcelona y pude vivir otra vez una intensa relación con el público catalán, con vosotros. Hubo conexión. Somos de la familia, compañeros, por mucha mala historia que nos hayan hecho vivir. Nosotros, los de a pie, somos parientes y tenemos una herencia común.

Los políticos manipulan con sus delirios de grandeza. Si pudieran se erigirían un monumento encima de la cabeza de la mayor estatua de la más gigantesca nación.

El egocentrismo, esa enfermedad compulsiva que ataca a los poderosos, finalmente lleva a la nada. Y hay que defenderse de ella. Porque lo que necesitamos las personas y los pueblos, es tener buena vida y mucho afecto. Nosotros, la inmensa mayoría de nosotros, os queremos a nuestro lado. Sí, us estimem.