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Cartas de amor de Pablo a Íñigo ( y viceversa)

La Razón
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Es gran noticia que en época de tuits y emoticonos los nuevos políticos redescubran el género epistolar que parecía perdido en poetas y viejunos como Churchill, cuya letra era más sagaz que su estrategia. Las cartas de amor tienen un alma cursi por más atormentada que sea su caligrafía. Iglesias es cursi sin necesidad de escribir cartas, con lo que el resultado en su caso es una redacción de colegio sin reválida, una colección de piropos ñoños, como lemas de campaña electoral. Amigo, hermano. Un Miguel Hernández venezolano que se pierde en la selva desértica del eslogan.

Quisiera ser Verlaine loando a Rimbaud: «Hoy es viernes y los taxis de mi ciudad tienen la radio encendida. A lo mejor un locutor recita un poema tuyo», escribió el maldito, pero se queda en Napoleón cuando dice a Josefina «Recuerdo sin cesar tus caricias, tus lágrimas...». Quisiera ser Balzac: «No puedo vivir de ideas sin que te interpongas entre ellas», o Kafka: «Querida, te pido con las manos alzadas que no sientas celos de mi novela», pero le sale el ramalazo Pimpinela: «Olvídalo todo y date la vuelta», que es su manera popular de mandarlo al rincón de pensar, mientras musita el veneno de los afectos rotos como una Rocío Jurado despechada: «Ese hombre que ves ahí es un gran necio, egoísta y presumido, etc». Esta historia de desamor y de tormento, pero en hortera, que practicó Dalí con Lorca –«Tú eres una borrasca cristiana y necesitas de mi paganismo (...) Ya iré a buscarte para hacerte una cura de mar»–, se antoja tan calculada incluso en las metáforas simples y en los circunloquios de asamblea que convierten sus cartas de amor en panfletos, como haría un Alberti senil. «Gaviota, gaviota». Hasta Marx cayó en la sensiblería: «Apenas te alejas, mi amor, por ti me pregunta tal y como es: gigantesco».

Los comunistas también tienen corazón aunque quieran comerse el de los demás. El elogio es la mejor manera de desarmar al enemigo. Y en eso andan Iglesias y Errejón, diciendo que se quieren como en el recreo del instituto y deseando, con todo lo que conlleva el verbo desear, un final de «Duelo al sol», como Jennifer Jones y Gregory Peck. A ver quién sale vivo del Congreso de Vistalegre. Mientras tanto, que siga el estribillo, duro como un rap de Maluma o blando cual balada de Manuel Carrasco. Deshojando la margarita, «me quiere, no me quiere», la militancia más que ideas y programas y zarandajas de ese tenor se irá por el que haga la canción más pegadiza. Ni contigo ni sin ti. Podemos se ha puesto el traje de folclórica, algunos lo llaman de culebrón, para atraer a sus bases que también ven «La Voz».