Restringido

Chicos listos

La Razón
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Cuenta Martin Scorsese que en Little Italy los inmigrantes sicilianos elegían edificio en función del pueblo del que salieron. Así la familia de Charles, padre de Martin, era de Polizzi Generosa y compartía inmueble con los expatriados del municipio. En pastelerías como Ferrara, abierta en 1892, todavía sirven exquisitos cannoli, pero el barrio es una luna menguante. La han conquistado los chinos, que saltaron desde Canal. El retablo de estampas de santos, bares antiguos, viejos cartelones de Paolo Rossi y prosciutto di Parma en los escaparates todavía atrae a unos turistas a los que nada, ni «Las cuatro estaciones» de Vivaldi, ni siquiera la carrocería biónica de Monica Belucci, les interesa tanto como el cadavérico prestigio de Costa Nostra.

Resulta sencillo atribuir al cine la hipnosis por los psicópatas con zapatos centelleantes, trajes de tres piezas, revólver, Cadillac y gomina. Alimentado por la doblez de algunos hosteleros pervive el culto a una hermandad sangrienta que mantiene más de tres mil soldados en EEUU y sobrevive acosada por el asalto de las mafias del Este y Oriente, la violencia de los cárteles, la pérdida de negocios tradicionales y la ley RICO, aprobada en 1970, que abrió la espita de los informantes y extinguió el círculo de fuego de la «omertà». Scott Burnstein, escritor, explicaba a la revista «Vice» que la mafia mantiene sus tentáculos en territorios como Nueva York, Chicago, Filadelfia, Boston, Detroit y Nueva Jersey. De vez en cuando los «wiseguys» (chicos listos) vuelven a los periódicos y recuerdan que existen. No se han quedado a vivir en un póster de Coppola.

Así el abuelito Vincent Asaro, capitán de la familia Bonanno, una de las cinco históricas de la mafia neoyorquina, que sonreía a la puerta del juzgado en Brooklyn. La fiscalía quería enchironarle por el robo en 1978 de la terminal de Lufthansa, cuando una banda arrampló con seis millones de dólares (veintiuno al cambio actual). Sólo cayó uno de los implicados, vigilante jurado en el aeropuerto JFK. La pasta terminó en langostas, abrigos de piel, viajes a Florida y botellas de whisky. Con las desquiciadas aventuras de los cerebros del asunto, Jimmy Burke, alias El Irlandés, Henry Hill y Thomas DeSimone, alias Tommy Dos Pistolas, Martin Scorsese rodó «Uno de los nuestros». Cuenta Philip Bump en el «The Washington Post» que la fiscalía contaba con grabaciones obtenidas por el FBI gracias a Gaspare Valenti, primo del acusado. El jurado consideró a Asaro inocente del robo en el aeropuerto y, también, del asesinato del dueño de un almacén en 1969. Al parecer los doce hombres sin piedad ya no creen en las cintas que aportan las ratas. Según el «The New York Times» en los últimos tres años otros tres mafiosos de renombre han salido bien librados. Al amparo de un crédito cuestionable Giovani Gambino, hijo de capo, aspirante a guionista, ha ofrecido en la NBC la ayuda del hampa para blindar Nueva York contra el ISIS. Fantástico, pero estaríamos mejor si los medios no emplearan sus días en glorificar quebrantahuesos. Operarios de la muerte cuya fotogenia disminuye si llaman a tu puerta.