Rosetta Forner
¿Codicia o comodidad?
La piratería está a la orden del día. Se copian películas, libros, ideas y todo lo que sea susceptible de ser «imitado». Al parecer, su lema es «piratea mientras puedas». Según los obispos, quien piratea está incurriendo en el doble pecado de robar y codiciar bienes ajenos. Plagiar una idea es robarle a alguien su creatividad. ¿Se debe ello a la codicia, a la mediocridad o a la comodidad? Obviamente, es más cómodo ir a remolque de otros que estrujarse las meninges en busca de una originalidad. El creador parte de una inspiración que luego convertirá, con esfuerzo y dedicación, en algo útil para el alma, la mente, el cuerpo o para todo. Con cada copia pirata, de canciones o de películas, se les está robando a muchas personas, no sólo su esfuerzo, creatividad y salario, también el alma. Podemos justificarlo diciendo que la industria del cine y de la música está llena de millonarios. Es cierto. Empero, también está formada por personas que luchan por salir adelante, que pugnan por compartir sus ideas, unas que nos hagan tener ganas de ser mejores seres humanos y enriquezcan la sociedad en la que vivimos. Copiar es mentir. Dado que no se tiene permiso para airear esa obra, se miente sobre la relación con sus creadores y con la idea original. Hace poco descubrí a una escritora que ha copiado –además de copiona, ¿será codiciosa?– un concepto mío. Eso, no es lo mismo que plagiar unas páginas de un libro, es peor. Se trata de un daño moral, algo más sutil que la piratería. Los escritores sabemos mucho del pirateo: cuando alguien fotocopia un libro en lugar de comprarlo está lesionando los derechos de mucha gente –autor, editor, imprenta, distribuidor, librero–, y les (nos) roba un trozo de pan. Los hay que se jactan de bajarse libros gratis en internet. No sé si irán al infierno, ni si el karma les perseguirá. Solo sé que de copiones y copionas está el mundo lleno.
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