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Martín Prieto

Comunismo de todo a 100

El trotskismo en España fue fantasmal por su congénita tendencia al fraccionamiento (dos trotskistas juntos acabarán escindiéndose) y por la fortaleza que llegó a tener el Partido Comunista, primero como estalinista, y en su decadencia como eurocomunismo en la senda del italiano Enrico Berlinguer. Pero nuestro comunismo no se ha librado de multidivisiones mínimas o importantes. He conocido militantes del PCE, del PC de los Pueblos de España, del PC marxista-leninista, del PCE Renovado, y tras el asesinato político de Santiago Carrillo, Izquierda Unida es una amigable bolsa de gatos en la que cada felino atiende a su sardina. La encuesta del CIS situando a Podemos como tercera fuerza política ha levantado polvo donde no lo hay llegando a afirmarse que el partido catódico ha dejado de ser una extravagancia. Nunca lo fue. Los herederos de las acampadas bajo el Gobierno del PSOE son comunistas con otra marca y tienen todo el derecho a serlo aunque despierten la sospecha de que no han estudiado el siglo XX. Las elecciones europeas agigantan a los pequeños u oportunistas, y las elecciones generales recolocan luego a todos aunque al bipartidismo le crujan las cuadernas. Ni el paro, ni la corrupción, ni la fatiga de la Historia, son el origen de estos comunistas que se llaman de otra manera. Los padres de Podemos son, por este orden, Gaspar Llamazares y Cayo Lara, bustos de escayola que ni siquiera se entienden entre sí. Las cardiopatías de Julio Anguita nos dejaron en la duda de si cabía un comunismo distinto. El absceso trotskista que tanto luce en las televisoras capitalistas y en los sondeos de opinión tiene sus votos prestados por ciudadanos agobiados, indignados y cabreados, pero para nada comunistas porque la gran mayoría social no lo es. Podemos deglutirá, con razón, a IU, pero su cuerpo de marea electoral acabará moviéndose en otras direcciones porque el aventurerismo político que permiten las nuevas tecnologías no es la socialdemocracia que tanta falta nos hace.