José María Marco
Con los judíos
El Papa Francisco recibió el pasado lunes a una delegación de la Conferencia de los Rabinos de Europa en el Vaticano. Es la primera vez que esto ocurre, y es un nuevo gesto que viene a añadirse a los muchos realizados por la Iglesia católica desde hace 50 años, cuando el Vaticano hizo pública la declaración «Nostra Aetate». «Nostra Aetate» abrió las puertas al diálogo entre el cristianismo y el judaísmo y ha permitido desde entonces avanzar en una comprensión mutua cada vez mayor. Hay en esta relación una paradoja, y es que siendo el cristianismo una religión mucho más extendida que el judaísmo, depende de él más de lo que el judaísmo depende del cristianismo. De hecho, el cristianismo es inconcebible sin el judaísmo. Es ésta una de las perspectivas desde la que se puede entender el fondo del llamamiento que el Papa realizó a los europeos para evitar las tentaciones racistas, más en particular antisemitas, que han vuelto a aparecer en nuestros países. El Papa sabe muy bien cuál es el significado de la persecución de los judíos: es, entre otras cosas, una persecución contra la religión y contra el hecho religioso. En nuestros países, lo que está detrás de cualquier actitud antisemita es el odio a la figura misma de Dios. En otras palabras, después de los judíos vienen los cristianos. Conocemos lo ocurrido en los países de mayoría musulmana, barridos por esa ola de nihilismo con apariencia religiosa que se llama islamismo, o «islam» radical. En el caso europeo, en el que este nihilismo se alimenta de la tentación de otro, de apariencia secular, el Papa se ha esforzado otra vez por tender una mano a los hermanos judíos. Es un gesto de compromiso, que dice bien lo crucial que es la posición de los judíos a la hora de detener esta nueva deriva fanática.
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