Irene Villa
Conciencia despierta
20 años han pasado y todavía siento el dolor de una familia a quien arrebataron el hijo de 29 años de la forma más vil, aterradora y cobarde. Aún se me eriza la piel. No puedo dejar de pensar en esos cientos de vidas segadas cuando apenas habían comenzado a levantar el vuelo. Más aún desde que soy madre, entiendo el dolor de los padres de tantos asesinados en nombre del odio, de esos niños que ETA asesinó a lo largo de su sangrienta andadura. Cariño y solidaridad para la familia de Miguel Ángel Blanco y que nunca se rindan. Admiramos su fuerza y agradecemos su entereza durante todos estos años. Ojalá la llama del llamado Espíritu de Ermua estuviera siempre viva. Esa llama, las manos blancas, nos unió y fortaleció tras el profundo dolor de aquellas dramáticas setenta y dos horas.
20 años después queríamos recordar y rendir un merecido homenaje a Miguel Ángel pero hay causas que ciertos políticos ignoran. Sin embargo más que una causa es un sentimiento universal compartido por el planeta en el que creo y quiero vivir: el que promueve el amor como única arma para vencer el odio, el que trabaja por la paz, el que cree en la bondad y la fomenta.
Sólo nos queda agradecer a quienes se siguen acordando de las víctimas del terrorismo, su apoyo y su lucha continua por la memoria, la dignidad y la justicia son francamente alentadores. Esta semana, pese a no haber conseguido el gran y merecido recuerdo a Miguel Ángel Blanco que todos demandábamos, sí que ha habido emotivos homenajes como en Las Rozas que, en un acto en colaboración con la Fundación Miguel Ángel Blanco y bajo el lema «La conciencia despierta», ha querido «recordar el espíritu de solidaridad, de dignidad y justicia que brotó aquellos días en toda la sociedad española y del que ahora se cumplen 20 años». «Queremos mantenerlo vivo, más aún si cabe cuando hay quien pretende blanquear la historia para las generaciones venideras». Pues dicho queda.
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