Rosetta Forner
Condenados a entenderse
Dos que no se aman, no se entienden, no se soportan, se divorcian. Respetable y recomendable. Mejor separados que juntos y peleados. Cuando los desenamorados tienen hijos deberían procurar el bien de éstos más allá de sus desavenencias. Empero, la inmadurez emocional no fomenta la sensatez ni la generosidad que propicia el bien de los hijos independientemente de la frustración que conlleva el fin de un proyecto de vida amorosa. Algunas veces, uno de los dos «ex» es suficientemente consciente de la repercusión que, desencuentros y riñas –incluidas las críticas despiadadas al otro–, tienen en los hijos, con lo cual se calla y aguanta los reproches, promoviendo un silencio benéfico. Habitualmente, ambos ex cónyuges usan a los hijos como «frontones» donde estallar los proyectiles de sus emociones alteradas y sus sueños rotos. Culpándose mutuamente del «fracaso» –resultado no deseado, el cual harían bien en analizar por qué y cómo llegaron al mismo–, desatienden las necesidades emocionales de sus hijos sembrando zozobra, e incluso odio, en ellos –anclajes emocionales nada recomendables por sus estragos en la autoestima–. Los hijos de matrimonios peleados exhiben heridas emocionales de costosa curación, además de miedos que les complicarán las relaciones amorosas, o que les llevarán a relacionarse con parejas disfuncionales que les harán más daño psicoemocional que bien. Que la pareja acabe no debería suponer el exilio emocional de la familia. Las personas emocionalmente inmaduras harían bien en meditar seriamente el tener hijos, puesto que, de darse divorcio y conflicto, no sabrán manejarlo de forma que no dañen psicológicamente a los niños: al no asumir responsabilidades sobre sus conductas, buscarán un chivo expiatorio (¡qué mejor que el o la «ex»!), e ignorarán las necesidades emocionales de los hijos. He sido coach de hombres y de mujeres separados, e incluso de matrimonios, y lo que marca la diferencia son la inteligencia (madurez) emocional y la bondad de alma. Separados o no, están condenados a entenderse en nombre del amor a sus hijos, si es que de verdad les aman. En caso contrario, pueden aprender a amar, porque un hijo siempre es una oportunidad para practicar la generosidad.
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