Cristina López Schlichting

Corrupción, asquerosa corrupción

La Razón
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Mi padre me invitó a comer el otro día y, al terminar, pedí el recibo de la cuenta, para desgravarme el «gasto de empresa». Al salir, me avergoncé y tiré el papel. Como periodista y empresaria autónoma tengo derecho a desgravarme almuerzos de trabajo, pero no a deslizar como tales los recibos de los que no lo son. De repente, comprendí que soy corrupta. Vemos la paja en el ojo ajeno, pero preferimos no echar un vistazo al nuestro. La corrupción española nace de la base. Es cínico pretender que los políticos, sindicalistas o empresarios brotan espontáneamente del terreno. Permítaseme ser directa: el PP de Valencia es muy corrupto, pero el tejido económico valenciano lo ha sido también. Los ERE de Andalucía son el vértice de una pirámide de corrupción institucional del régimen del sur, plantado con profundas raíces desde la dictadura. Lo de los Pujoles es el epicentro de una amplia red de mordidas y saqueos organizados desde la Generalitat. Lo más grave de los casos que salen a la luz es que revelan un estado de cosas del que hemos participado todos. El médico que cobraba en negro, el fontanero que no hacía facturas, el constructor que contabilizaba en B, el que se llevaba la pasta ilegalmente fuera de España. También el que tenía una asistenta sin seguro social o contrataba como becario a un trabajador experimentado. Que la gente se duela de los usos torticeros del dinero, en especial del de los impuestos, me resulta comprensible. Que se rasgue las vestiduras y se eche ceniza por la cabeza y se golpee el pecho, no. Las cosas, en su justa medida. España, como efecto colateral de la crisis, ha emprendido un interesante camino de regeneración. Veremos si esto se consolida. Lo digo porque en Italia afrontaron un proceso semejante –«Mani Pulite»– y siguen en las mismas (por cierto, bastante peor que nosotros). Sin embargo, hay dos cosas muy insensatas. Primera, que el PSOE, que tiene lo suyo, pretenda encabezar la cruzada de la pureza. Y, en segundo lugar, que, en ese borrar y limpiar y denunciar, se pretenda tachar lo que unos y otros han hecho de bueno. Ésa es la mejor coartada para los antisistema, como los ha llamado Felipe González. La propiedad privada seguirá siendo interesante, aunque muchos hayan robado; las empresas continuarán siendo una fuerza positiva, aunque algunas hayan trincado; los partidos son pieza imprescindible de la democracia, aunque sean falibles. Nada de lo ocurrido puede empañar la creación de empleo o que el PIB haya crecido un 3,2. Si olvidamos tan grandes logros (cuando hace cuatro años estábamos en la quiebra), somos poco lúcidos. Les aseguro que me mato a trabajar y pago al fisco rigurosamente. Y, sin embargo, tuve en la mano el recibo de una comida que había pagado mi padre. Espero que eso no les lleve a pensar que miento en las tertulias.