Alfonso Ussía
Cuatro decenios
Un Reinado de 39 años, a un paso de los cuatro decenios, se convierte en una costumbre. Más aún, cuando ese Reinado establece la recuperación de las libertades,y la redacción de una Constitución consensuada por los partidos políticos que triunfó abrumadoramente en las urnas. El Rey se legitimó ante la Historia con la renuncia de Don Juan. Y se legitimó ante los españoles con su actitud firme el 23 de febrero de 1981. Lo de la Reina de Inglaterra se sale de lo común y se acerca a los misterios de la eternidad. Ser Rey de España, y un gran Rey de España durante treinta y nueve años desgasta más que ser ininterrumpidamente el Rey de Inglaterra en el transcurso de dos siglos, que la actual Reina es capaz de cumplir. En el Reino Unido, el titular de la Corona es sagrado, y la Monarquía uno de los grandes negocios turísticos. Al cabo del año, acuden más turistas a contemplar el cambio de guardia en el Palacio de Buckingham que a los museos y teatros londinenses. En España, los complejos han restado brillo a los actos públicos del Rey, exceptuando los castrenses, que tienen la solemnidad y el rigor garantizados.
Escribo con tristeza. Siempre resulta pesaroso perder una buena costumbre, y más aún, si la pérdida nos sorprende con el pie cambiado. Saber que el Rey sigue estando pero no está donde ha estado durante cuatro décadas no es del todo agradable. A partir de ahora, todo el esfuerzo de un exilio que parecía interminable –el de Don Juan–,y de un extenso, rico y benéfico Reinado –el de Don Juan Carlos–, reclaman la lealtad debida al nuevo Rey, don Felipe VI. Lo va a tener más difícil que su padre. Aunque parezca mentira, la sociedad española es menos culta y sosegada que en 1975. Quien lo dude, que repase, por ejemplo, la calidad de los diputados y senadores del ciclo constitucional y la compare con los de ahora. Los nacionalismos van a acogotar al nuevo Rey con sus incalificables pretensiones, e intentarán desgastar su figura arbitral haciéndole responsable de decisiones políticas que no le competen. El Rey tiene el deber de cumplir escrupulosamente sus funciones sin poderes específicos para llevar a cabo sus atribuciones constitucionales. De momento, el Rey Felipe VI sigue siendo el Rey de Aragón, el Conde de Barcelona y el Señor de Vizcaya. El ambiente de la calle también es diferente. En 1975, aún a pesar de los recelos de las izquierdas radicales, en la calle se respiraba esperanza. Los recelos de las izquierdas, fundamentalmente del PCE desaparecieron cuando el Rey abrió las ventanas de la libertad, libertad en la que ellos no creen cuando manejan el poder. En aquellos tiempos, a pesar del camuflaje de la UCD, se sabía quien representaba a la Derecha y quien a la Izquierda. Y la cordialidad y el respeto fueron parte del milagro. Hoy, el Parlamento, las instituciones y la calle viven alterados. Y los tostones nacionalistas se han convertido en auténticas amenazas contra la Patria común de todos los españoles. Y ahí está la economía, que dicen ha mejorado, pero aún no ha llegado esa mejoría a los hogares sin inmediato futuro.
El Rey Felipe hará bien en rodearse de la leal sabiduría. Todavía –pocos–, quedan sabios en España, y algunos pensadores. El Rey Felipe, como ha hecho su Padre, tendrá que dedicar a sus Fuerzas Armadas, a las que pertenece de cuerpo y alma, toda la comprensión y afecto que en ocasiones les niegan los ministros de Defensa, que se creen –algunos, no todos- los dueños de la vida de nuestros soldados. El Paro, la economía, la estabilidad, el prestigio exterior, la palabra de la Constitución, la izquierda revanchista, la corrupción, el órdago separatista catalán... Fuerza y suerte al nuevo Rey, al que recibimos con los brazos abiertos mientras despedimos con tristeza a quien ha sido, durante 39 años, el Rey de nuestra mejor costumbre.
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