Enrique López
De impuestos y la moral
Yo creo que a casi nadie le gusta pagar impuestos, pero debemos hacerlo. Algunos se escudan en que el Estado derrocha los recursos, o en la corrupción, otros acuden a causas morales oponiéndose a fines a los que a veces se dedican los recursos públicos, pero en el fondo lo que subyace es un profundo egoísmo, y pocas ganas de cumplir con las obligaciones fiscales. La elusión del pago de impuestos es también una forma de corrupción, en tanto en cuanto afecta directamente al erario público. Hace años, algunos alardeaban en sus círculos de no pagar impuestos y explicaban los entramados que construían para ello, como si de una proeza se tratara. Hoy en día, por fortuna, ya está mal visto socialmente, y por lo menos no hay que soportar al soberbio defraudador fiscal. Se trata de una obligación legal y también moral, y por ello se debe fomentar el valor de la contribución a lo público, ensalzando al que lo hace y deplorando al que no lo hace, y ello al margen de las consecuencias legales a que haya lugar. Confiar el sometimiento al pago de impuesto sólo a la Ley es un error, y al margen de su aplicación, debemos ir creando una cultura crítica con los defraudadores, al igual que con los corruptos, porque son madera del mismo árbol. Ya en la Biblia podemos leer en Romanos 13: «Pagad a todos lo que debáis: al que impuesto, impuesto; al que tributo, tributo; al que temor, temor; al que honor, honor». Santo Tomás estableció cuatro requisitos básicos donde asentar la licitud del impuesto: necesidad o utilidad objetiva del impuesto para el bien común, legitimidad del impuesto por emanar de poderes competentes, viabilidad del impuesto por aplicarse a realidades económicas que lo hacen posible, y la adecuación del impuesto para que resulte proporcionado a las posibilidades económicas del que contribuye, y poco más se puede decir. Por ello insisto en que debemos contribuir a la generación de una conciencia pública que convierta la obligación fiscal en una obligación moral, obviamente apoyada en la exigibilidad y coercibilidad de la norma positiva, porque a la vista está que, aunque ésta exista y sea rigurosa, los delincuentes e infractores surgen por doquier. Decía Keynes que evitar los impuestos es el único esfuerzo intelectual que tiene recompensa, pero no podemos caer en este pesimismo. Ahora bien, al igual que hay que ser rigurosos con el defraudador, de igual forma hay que serlo con el que gestiona los recursos públicos, exigiéndole un uso racional de los mismos, y sobre todo, dando ejemplo de eficacia y eficiencia en el gasto. Ahora bien, esta segunda exigencia sólo la puede realizar el que paga lo que debe y no el defraudador; a éste le está vedado el ejercicio de la crítica, y sobre esto, lo que hay que ver y oír. Por ello no conviene mezclar lo que debe ser una profunda revisión de nuestro sistema fiscal eliminado notas confiscatorias, por ejemplo, acomodando el tipo del IRPF al de sociedades, y otra cosa es el abuso de la ingeniería societaria para eludir el pago de impuestos.
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