Fernando Vilches

De la fauna española

La Razón
La RazónLa Razón

Sólo los imbéciles se creen siempre protagonistas de la vida ajena. Como decía Einstein, los imbéciles y los muertos no se dan cuenta de su situación, pero sí los de su alrededor y, por ello, sufren. Hago un alto en mi artículo para señalar que este vocablo no lo utilizo como un insulto, sino en su acepción etimológica latina de enfermo y pusilánime. La gente imbécil vota para fastidiar a otros o por ir a la contra de los de su alrededor. En la pugna entre Marc Márquez y Valentino, hay una cosa muy clara y otra opinable. La primera es que el causante de la caída de Marc es el italiano con la patadita que le propicia en la curva. A esas velocidades, hemos de agradecer a Dios que a nuestro piloto, y digo nuestro porque es español, no le ocurriera una desgracia personal en forma de lesión grave o ¡vaya usted a saber qué! La segunda, la opinable, es si Marc estuvo haciendo su carrera o ayudando a Lorenzo y, por tanto, molestando al italiano. Éste no es el más grande piloto de todos los tiempos. De eso nada. Está Ángel Nieto con doce más uno campeonatos del mundo, en una época con motos mucho menos preparadas técnicamente que las de ahora. Pero, además, si es tan buen campeón como se dice, jamás debería haberse comportado como lo hizo, por mucho que Márquez le estuviera haciendo una carrera algo peculiar, impidiéndole correr a sus anchas y dar alcance a Jorge Lorenzo. El deporte, en la actualidad, es un paradigama en el que se miran y reconocen muchos niños y jóvenes. De ahí que las memeces de algunos futbolistas prepotentes, los escupitajos continuos en el campo o el vacío de fosas nasales, las actitudes antideportivas hacen un daño irreparable a la sociedad que se mira en los deportistas como en un espejo que imitar. Deportistas como Nadal o los Gasol sí hacen grande el deporte y son modelos extraordinarios. Pero, por ejemplo Iniesta, al que yo he apoyado en un artículo antiguo, a pesar de ser yo un madridista confeso, se ha comportado como un pusilánime ante el espectáculo que están dando los independentistas en el Camp Nou (treinta mil esteladas frente a más de sesenta mil espectadores, en el último partido). Con que hubiera dicho «pido a los culés que, por favor, no piten el himno de mi país porque me ofende», hubiera contribuido al sosiego y hubiera evitado el espectáculo de la pitada en la final de la copa del Rey, con don Felipe en señor y el chico de los recados de los Pujol demostrando su falta de educación. Y, por supuesto, me alegro mucho de la victoria de ayer, por Lorenzo y por Márquez.