Restringido

¿De qué se sorprenden?

La Razón
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Lamentamos la pérdida de una virginal pureza y, acto seguido, hay quien pone caritas cuando asoman los cocodrilos. Saurios expertos en pronosticar la bancarrota del sistema. Aquí mismo, en Brooklyn, con los últimos mosquitos tigre del verano en retirada, acumulo portadas de periódicos y revistas con el rostro de Donald Trump. Campeón de la campechanía emboscado tras 4,5 millones de seguidores en Twitter que lo siguen como a un mesías, promete cortar las alas de Washington, embridar a las corporaciones que emigran allende los mares, evitar que los chinos devalúen su moneda y, con toda modestia, meter a once millones de indocumentados en un taxi y devolverlos a Puebla.

Vivimos, dice Trump, en un tablero donde combaten las élites, gordas como un centollo, y la masa aplanada, deprimida por la falta de trabajo y la desconexión sentimental con unos líderes que van por el mundo bajo un sol de propiedad exclusiva. Lo que no entiendo es la mueca de sorpresa general ante la aparición del caballero. Un fenómeno recurrente, históricamente naturalísimo y de probada capacidad de adaptación a casi cualquier ecosistema. Que florece cual batracio a partir de las inevitables zozobras históricas, magnificadas o inventadas para mejor condenar el parlamentarismo y opositar a salvapatrias. Pirómanos, bomberos y orgullosos dueños de una póliza contra incendios, les favorece la torpeza de quienes tienen el mandato de proteger la empalizada democrática y los estragos de una crisis económica que, como siempre, factura víctimas y también liberticidas. Gracias a la infantilidad de la población, feliz de ser piropeada, los brujos carismáticos enfangan la vieja y noble política. Aprovechan sus fallas para darla por muerta. De paso, comentan lo guapo y sabio que eres, lo bien que te sientan las mechas, lo injusto que es todo, lo mucho que nos roban y lo mala que es la vida, la jodía.

Populismos S.A. De todos los gustos y sabores. Donald Trump o el narcisista amamantado en «reality shows». El Tea Party y su antorcha de utopías cavernarias, telepredicadores y sheriffs cabreados. Occupy Wall Street, mitad prédica de Noam Chomsky mitad andrajoso cartel de los mares del sur bajo los adoquines. O, en España, Podemos, o mejor Podéis (© Arcadi Espada) y su prometida voladura de la democracia representativa mediante el timo asambleario y el perrito piloto del referéndum y, miedito, la «Europa de los pueblos». Entre Trump y Mas, entre el desprecio al Congreso de un simpatizante del Tea Party con la pistola al cinto y un podemita que te amarga la sobremesa hablando de plutócratas que manejan los hilos como Bela Lugosi en Ed Wood, las diferencias resultan triviales. Más allá o acá del tono de la corbata comparten el ansia por abolir la realidad como principio vector de la política (y de la vida); la segregación de las ovejas negras, culpables, merecedoras de cólera y castigo, y la promesa de una luciente vía de escape, un paraíso, el nacimiento de una nación, la justicia social definitiva, etc., para quienes los sigan. Su trampolín dilecto pasa por anunciar un apocalipsis que, de ganar, será profecía autocumplida. Dirán que huele a victoria, pero tranquilos, es napalm.