Partidos Políticos

De rufianes y zopencos

La Razón
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Cuando se celebre en España, que todo se andará, el «Día del Orgullo Gilipollas» no van a caber en la calle. Y al frente del desfile irá Alberto Garzón, el mismo que acaba de equiparar la denodada lucha de los demócratas venezolanos por la libertad con el golpe de Estado del general Pinochet. Tonto del todo no es, pero a sectario hay pocos que ganen al líder de IU en el panorama español. Y todo con voz de penitente, aspecto de mosca muerta y el aplauso baboso de un sector del periodismo nacional, que si logra separar el grano de la paja, se queda casi siempre con la paja.

Lo de Garzón, que celebró emocionado en Twitter la excarcelación de asesinos etarras y critica el tratamiento que la Prensa al «paripé» de Maduro, no es un caso aislado. Tampoco una excentricidad al estilo de las de tarugos como Willy Toledo. Lo mismo que él piensa o al menos dice esa retahíla de profesores de pacotilla, bribones y vividores que nutren las filas de Podemos, la CUP, ERC y otras franquicias. Con su última farsa electoral, eso que el pueblo ha bautizado socarrón como «la prostituyente», Maduro ha rebasado al trote la última barrera que le separaba de la total ilegalidad. Sólo por la sangre derramada –doce asesinados durante la votación y 120 desde que se iniciaron las protestas hace tres meses–, el tirano merece ser destituido, juzgado y condenado. Pero es que encima, según las propias y trucadas cuentas chavistas, más de la mitad de los electores se negaron a participar, inasequibles a la amenaza de que serán expulsados del trabajo y encarcelados. A la ilegalidad evidente de intentar cambiar las reglas de juego, para desactivar un parlamento salido de las urnas y a la ceguera criminal de empujar al país hacia la guerra civil, después de haber arruinado por completo su economía, suman Maduro y sus sicarios el oprobio de lucrarse del narcotráfico. Pues por inaudito o aterrador que parezca, resulta que en España hay dirigentes de partidos, con escaño en el Congreso y millones de votantes, que siguen apoyando al tirano y bendiciendo sus atrocidades. Cierto que durante la Guerra Fría abundaron los intelectuales de izquierda que alababan ovinamente a Stalin, pero lo hacían desde el fanatismo comunista. Lo de Iglesias y sus compinches tiene otro componente: el temor a que si condenan el crimen, los matarifes bolivarianos se cabreen, tiren de hemeroteca y les castiguen haciendo públicas las transferencias y los pagos que les hicieron en el pasado.